La grave crisis económica que venimos padeciendo en los últimos años, con dolorosas consecuencias para miles y miles de familias españolas, puede hacernos perder la perspectiva auténtica de la tragedia de la inmigración irregular. En las últimas semanas, casi un millar de naúfragos de la globalización se han convertido en cadáveres que la mar entrega a las orillas prohibidas, parafraseando -sin restar un punto de dramatismo al hecho- al siempre agudo Eduardo Galeano. A buen seguro que miles y miles de africanos habrán perecido en estos años en plena travesÃa, sin haber sido siquiera avistados o detectados por los sistemas de vigilancia establecidos por los paÃses europeos mediterráneos. Estamos, con toda seguridad, ante una tragedia de terribles dimensiones, que presenta unas caracterÃsticas que conviene tener presentes. He aquà algunas de ellas: quienes, desesperados, arriesgan asà sus vidas, son los más sanos y fuertes de paÃses como Somalia, nación con 25.000 pacientes por médico y un analfabetismo superior al 60%; la ausencia de un gobierno estable en Somalia hace que muchos paÃses -entre ellos España- exploten sus recursos pesqueros sin pagar por ello. Estos inmigrantes irregulares -no ilegales, pues una persona no puede ser ilegal-, después de entregar a un traficante de seres humanos una cantidad que empeña a sus familias durante años, llegan a las costas de paÃses desarrollados que priorizan en muchos casos la detención del intruso, y que llegan a sancionar duramente a quienes osen ayudar a alguno de estos buscadores de esperanza. La Unión Europea -Premio Nobel de la Paz, pero poco preocupada por este drama- deja la detección y acogida de estos inmigrantes en manos de los paÃses ribereños mediterráneos, y muy poco hace por establecer polÃticas que favorezcan la permanencia de los inmigrantes en sus paÃses de origen. VÃctimas de recortes constantes, de listas de espera interminables y de una sanidad pública cuya calidad disminuye de forma evidente, algunos medios y ciudadanos de a pie apoyan este blindaje de nuestras fronteras, y consideran al inmigrante una indeseable fuente de problemas. Quizá convenga no olvidar que, si duro es dejar a tu familia y coger una guagua o un avión con unos ahorros en un bolsillo y un móvil en el otro, infinitamente más duro es dejar a tu familia empeñada, y subirte a un cayuco sin más bienes que tu cuerpo, y rezando para que una ola, o la embestida de otro buque, no ahoguen para siempre la legÃtima esperanza en una vida mejor.