X
retiro lo escrito>

Fabra – Por Alfonso González Jerez

   

Carlos Fabra no es solo un militante del PP al que un tribunal ha senetenciado a cuatro años de cárcel, una multa millonaria e inelegibilidad para cargo público. Durante su dilatado mandarinazgo al frente del PP de Castellón Fabra controló procesos políticos y electorales y los tres últimos presidentes de la Comunidad Valenciana (Zaplana, Camps y Fabra) no hubieran podido serlo sin su muy activo concurso. Heredero triunfal de una dinastía de caciques, Carlos Fabra llegó a la presidencia de la Diputación de Castellón siguiendo un estricto orden genealógico: lo habían antecedido su padre, su abuelo, su bisabuelo y un primo de su tatarabuelo, próceres de un liberalismo adaptable a Isabel II, María Cristina, Alfonso XIII y Francisco Franco. Suyo es el talento de llenar los nuevos odres de la democracia con la basura licuefacta de la corrupción de toda su estirpe. Fabra es uno de los autores del diseño del neocaciquismo valenciano y en él la corrupción no era una tentación accidental, sino un método de gobierno. Nada se movía si no era por su voluntad y este mesmerismo político de desplazar comités y candidatos solo con la mirada, tras las gafas oscuras, lo convertían en insoslayable. Había que defenderlo hasta al final, e incluso más allá, como Platón defendió a Sócrates, y por eso mismo María Dolores de Cospedal tuvo el infecto descaro de advertir que la sentencia condenatoria sobre Fabra no es definitiva y cabe recurso ante el Supremo. Respecto al interesado, se tomó la cicuta, pero no pareció enfriársele ni un meñique. Comos i se hubiera tomado un coñac. ¿Por qué la gente apoya electoralmente, una y otra vez, a un corrupto a sabiendas que lo es? Porque Fabra no fue desalojado por los votos. Simplemente rechazó presentar de nuevo su candidatura a la Diputación de Castelló en 2011. Las respuestas son varias pero no conviene olvidar una por desagradable que sea: los ciudadanos votan a un corrupto porque creen beneficiarse de la corrupción, así sea de las migajas que caen de la mesa en la que se sirven las mejores viandas. La corrupción puede llegar a ser (en Valencia lo ha sido) un reclamo electoral en épocas de bonanza. “Ladrón o no ladrón / queremos a Perón”, gritaban muchos miles de argentinos en el siglo pasado. Ahora no. Ahora la corrupción ha dejado un paisaje devastado y política, económica y moralmente miserable. Pero Fabra supo retirarse a tiempo. Sus abogados jugarán por los pasillas judiciales durante años y lustros y el cacique descansará en paz antes y después de reunirse con todo su portentoso linaje.