Misterio, prodigio, magia o prestidigitación. Todos y cada uno de estos calificativos se usaron para agrupaciones de alimentos, animales domésticos y piezas de caza, menajes caseros y libros, instrumentos y objetos simbólicos traspasados al lienzo, la tabla y el muro. Todos valen para un género que, siempre latente en la historia del arte, no encontró un trato adecuado hasta que los barrocos del norte y sur de los PaÃses Bajos los emanciparon de las servidumbres complementarias que cumplieron humildemente hasta entonces. Los mismos adjetivos sirven para el hecho inusual de una exposición temática en una era miserable para la economÃa y para el espÃritu. Esa fue la primera impresión registrada ante la selección de bodegones que MarÃa DÃaz Puga reunió en Arte GalerÃa en este otoño que, en lugar de los soñados brotes verdes, trajo expresivas muestras de hombres y nombres con una voluntad a toda prueba que, en buena lid, exige correspondencia de público y crÃtica para contrastar ofertas plásticas pero, especialmente, para constatar vocaciones. Bodegón canario -ese es su tÃtulo- supone el reencuentro con militantes de amplia trayectoria -Manolo Sánchez, Clara Yanes, Julio Padrón, Carmen Romero, Miguel Arocha- que, ajenos a las modas fugaces y para su bien, guardaron una admirable fidelidad a sus respectivos estilos; Miguel González y Toba (Cristóbal Garrido) que, desde su irrupción en el mundo de la aguada, mantienen las más altas cotas del prestigio de esta técnica en Canarias; las nuevas lecturas de la realidad que proponen los tinerfeños Conrado DÃaz y Eduardo Yanes y el cubano Arián Pérez que compatibilizan los trabajos de caballete con los grandes murales; los débitos académicos de Chema Garrido, que renuevan nuestra tradición visual, y las legÃtimas audacias generacionales y cromáticas de Ainhnoa DÃaz. La escultura está representada por Dácil Travieso, que deambula entre los hallazgos casuales y la combinación de cristales y resinas; Juan Pedro Sabina, con las siluetas recortadas y el cantero castellano Juan Carlos MartÃn, que refuerza con buen oficio la potencia de sus figuras -y la sugestiva exactitud de Carmen Muruve-, una dibujante de extraordinarios recursos y una inteligente colorista que, como Zurbarán, gusta de la cotidianidad sencilla y hace guiños geniales a la modernidad con leves aportes matéricos.