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Un segundo largo y definitivo – Por Félix Díaz Hernández

   

En esta existencia alocada, acelerada, que devora días, meses y años a una velocidad vertiginosa hemos renunciado a reconocer el valor del tiempo. Las jornadas pasan volando, y en esa frontera que existe entre acostarse el día y levantarse la luna, a lo mejor tenemos la capacidad de abstraernos, pasar raya y evaluar cómo ha sido esa jornada. Ejercicio que, por otra parte, casi nunca hacemos.

Sin embargo hay momentos en nuestra vida en los que, nos guste o no, cada fracción de medida del tiempo reivindica su particular, único y original protagonismo. No en vano cada segundo o minuto es irrepetible y lo que en esa porción de vida ocurre puede resultar definitivo o inolvidable. Piensen en ese segundo en el que alguien espira su último aliento; ese vacío que antecede a la respiración y la posterior ruptura del llanto de un recién nacido; los segundos que se ralentizan cuando sufrimos un accidente, de los que además guardamos un recuerdo salpicado de sensaciones múltiples. Un segundo puede cambiarlo todo.

Y llegados a este punto recuerden que en cada hora caben 3.600 segundos; más de 3.500 oportunidades para tomar decisiones, equivocarnos o acertar; para evitar dar un mal paso; para levantar la mirada de esta vulgar existencia. Un segundo también puede ser el último, ya sea en manos del azar o de nuestra propia voluntad. Utilizando un símil deportivo, analicen la diferencia e importancia de un segundo, arriba o abajo, en una competición de velocidad. Yo al menos aspiro a no haberles hecho perder su tiempo leyendo esta reflexión.

@felixdiazhdez