Me cuentan que Adolfo Suárez declina. La fuente es fiable pero sabida la naturaleza de su enfermedad, cualquier sÃntoma puede dar pie a pronósticos errados. Ojalá sea el caso, porque, aun estando en doliente silencio, saber que sigue entre nosotros es un consuelo. Sobre todo en estos tiempos en los que crece la añoranza de su gran aportación a la colosal obra de ingenierÃa polÃtica que fue la Transición. Me refiero a la filosofÃa del consenso. La permanente disposición al diálogo con quienes no compartÃan ni sus ideas, ni su diagnóstico de la situación polÃtica del momento. Forzado que fue por las circunstancias a convertirse poco menos que en demiurgo a quien se le encomendó un imposible, hizo de la necesidad virtud… Él mismo lo definió con la metáfora del agua: cambiar las cañerÃas del edificio (del Estado) sin que se interrumpiera el suministro. Toda personalidad excepcional está condenada a la soledad y Suárez no fue una excepción. Si la dureza polÃtica de aquellos dÃas -y la ingratitud del Monarca y la volubilidad de los electores- no le hubieran empujado prematuramente a la cuneta, habrÃa sido la suya una figura refugio para los momentos de zozobra nacional. Hoy que por razones de la enfermedad, se alza ante nosotros como una estatua desconectada de cuanto le rodea, se le echa de menos. ¿Qué dirÃa Suárez? ¿Cómo enfocarÃa? ¿Cómo responderÃa al desafÃo separatista planteado por los nacionalistas catalanes? Queda dicho que era hombre de diálogo hasta la extenuación, pragmático hasta la innovación, pero como bien quedó acreditado para la letra firme de los libros de Historia, también es un hombre con mucho coraje personal y polÃtico. Un hombre valiente y, por lo tanto, un dirigente polÃtico capaz de hacerse respetar y hacer respetar las leyes. Cualquier intento de establecer paralelismos con los principales lÃderes actuales (Rajoy, Rubalcaba, Mas, Lara, etc.), nos instalarÃa en la melancolÃa. Los lectores más veteranos no necesitarán clave alguna para discernir lo que trato de decir. Estoy seguro de que todos tenemos clara la diferencia que media entre gobernantes y estadistas. Se dirá que a veces es la época, el acontecer polÃtico quien sirve la épica. Es cierto. El ciclo histórico actual no es equiparable al formidable reto que entrañó la Transición, pero no es exagerado pensar que el desafÃo independentista con su anunciado mecanismo de relojerÃa polÃtica que tensa dÃa a dÃa la vida polÃtica española nos aboca al conflicto. Es imposible determinar qué habrÃa hecho Suárez en estas circunstancias, pero tengo para mà que por encima de la prima de riesgo, habrÃa establecido que la prioridad era resolver el problema catalán. Pensando en el interés de España, no habrÃa dudado a la hora de discernir cual era el verdadero riesgo.