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Ay, Bajamar / Un espacio emergente – Por Juan Cruz y Juan Manuel Bethencourt

   

Ay, Bajamar – Por Juan Cruz

Hay una vieja anécdota, querido amigo invisible (¿por qué han inventado eso del “amigo invisible” para comprometer a alguien a hacerte regalos en Navidad?, ¿es que no era mejor tener padrinos?), que no me resisto a contarte para hablar de Bajamar, nuestra querida y linda población costera. En cierta ocasión el humorista José Luis Coll llegó a la tertulia que compartía con otros artistas en el Café Gijón de Madrid. Venía sorprendido de lo que había descubierto, y antes de sentarse exclamó sobre su último hallazgo:

-Estuve esta mañana en El Escorial… ¡y es cojonudo!

Obviamente, El Escorial estaba allí desde hacía siglos, pero él había sentido que se había construido esa mañana mismo, y lo contaba como un niño (él era un niño, y un niño malo a veces) que hubiera descubierto un juguete. Pues algo parecido me pasó (o me volvió a pasar) el otro día en Bajamar, adonde fui por si te veía, pues tus ocupaciones actuales podían situarte muy bien por allí. No estabas, claro, pero estaba Bajamar. Y, como diría entonces Coll de El Escorial… ¡es cojonudo! Me entretuve contemplando las olas extraordinarias; y disfruté viendo desde Bajamar el majestuoso mar de la Punta del Hidalgo, que baña con una solemnidad irreal uno de los litorales más hermosos y salvajes de nuestras islas. También pude disfrutar de la consecuencia de todo ello: el aire, el aire que se nutre del sabor ancestral de las montañas y de la atmósfera siempre renovada de ese litoral tan airoso.

Fue un rato de enorme emoción; fui mucho a Bajamar en mi juventud (en busca de amigos, de Alberto Omar y Sol Panera a Gregorio Salvador, Antonio Padilla, Julia de Felipe, Ramón Trujillo o Elfidio Alonso, cuando Los Sabandeños se inventaron en la Punta, en el entorno de El Abogado). Fue, entonces, un emporio veraniego, había hoteles y nos demandaban los bares, algunos espléndidos guachinches. Ahora encuentro que La Laguna no tiene muy en cuenta Bajamar, que ese lugar que podría sido nuestro Cadaqués está bastante dejado de la mano. La belleza, claro, está ahí. Pero encuentro a faltar la mano de la Administración haciendo que sea posible, otra vez, decir de Bajamar lo que Coll decía de El Escorial.


Un espacio emergente – Por Juan Manuel Bethencourt

Resulta bien extraño, querido Juan, que no nos encontráramos por Bajamar, porque voy bastante por allí, con ocupaciones políticas o sin ellas. En esa costa, la que la abarca el litoral lagunero, desde La Barranquera a las tres calas agrestes de Anaga, Ocadila, Pachila y Adar, guardo algunos de los mejores recuerdos de mi vida, y quien me quiere bien lo sabe. Soy un fijo de sus piscinas naturales, sea en Bajamar, sea en La Punta, cada verano, en compañía de mis hijas, y no es menos cierto que he pensado mucho sobre esta comarca y sus potencialidades, presentes y futuras. Obviamente no es un trabajo que emprendo en solitario, sino como integrante de un equipo, el grupo de gobierno de La Laguna, que trabaja con sus vecinos en la detección de problemas y oportunidades. Esta es una zona no sólo de enorme belleza natural, sino que además viene acompañada por una poderosa identidad. Por eso me parece fundamental que, mirando al futuro con la vista en un pasado como el que rememoras, seamos capaces de encontrar el modelo que Bajamar necesita para prosperar, para encontrar en el porvenir las satisfacciones que ahora sólo parece depararnos la nostalgia. ¿Podemos hablar del Cadaqués tinerfeño? Pues sí y no, querido amigo. Como etiqueta para hacernos a la idea está bien, entiendo lo que quieres decirme, pero ya sabes cuánto recelo de los modismos comparativos. Lo que necesita la costa lagunera, como cualquier territorio, es progresar en torno a su propia autenticidad, porque vivimos tiempos en los cuales la singularidad es casi el único valor seguro. Veo a esta zona de mi municipio como un espacio emergente no para el turismo que nos llegaba en los años setenta del siglo pasado, sino como una reserva recreativa para la salud, el deporte, el contacto con la naturaleza, el disfrute en familia, el consumo del producto local. En ese plano, coincido contigo, nos queda muchísimo por hacer, una evidencia que no puede ni debe amilanarnos. ¿Quedamos en El Abogado para hablarlo?