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La pobreza, antesala del fracaso escolar

   
IES Santa Ana clase alumnos educación

La provincia de Las Palmas contabiliza más núcleos familiares sin ingresos y con menores de 16 años. / DA

SARAY ENCINOSO | Santa Cruz de Tenerife

La clase social influye en el rendimiento escolar. La literatura educativa ha dejado constancia a lo largo de la historia de que la situación económica afecta a los resultados académicos. La pregunta hoy es cuánto y cómo será la huella que la crisis dejará en miles de jóvenes. Es muy difícil de cuantificar, pero hay datos que advierten del peligro. En todo el país hay 222.300 hogares sin ningún tipo de ingresos donde vive al menos un menor de 16 años; 16.300 de estas familias residen en Canarias. Estas cifras han ido creciendo a medida que la crisis se ha mantenido en el tiempo. ¿Qué futuro aguarda a estos jóvenes? ¿Están abocados a malos resultados en la escuela y a peores empleos?

El dato se hizo público esta semana gracias a una pregunta en el Congreso del diputado socialista Miguel Ángel Heredia. En la respuesta oficial, el Gobierno detalló que la provincia oriental cuenta con un número mayor de núcleos familiares con todos sus miembros sin trabajar ni recibir ingresos. En Las Palmas hay 9.600 y en Santa Cruz de Tenerife 6.700. Estas cifras no solo revelan que la vida de estas personas es más precaria, sino que avisan de que hay una generación con el futuro hipotecado. Por comunidades autónomas, Andalucía se sitúa a la cabeza con 58.400, seguida de Cataluña (32.200) y Comunidad Valenciana (30.600). Extremadura (5.000), Baleares (6.000) y Galicia (7.000) son las que menos hogares con esas características registran.

José Saturnino Martínez, docente de Sociología de la Universidad de La Laguna (ULL), es uno de los expertos que considera que el origen socioeconómico es más relevante en el fracaso escolar que las políticas que se lleven a cabo en la enseñanza. A la hora de analizar el asunto de las desigualdades educativas “hay que tener en cuenta dos cuestiones: la falta de ingresos y qué familias son las que tienen pocos ingresos”. Esa distinción es fundamental: el rendimiento escolar no mejora siempre que se incrementa el poder adquisitivo. A partir de un determinado nivel económico no hay una evolución ascendente en los resultados académicos. El dinero influye a la baja, es decir, cuando no hay, pero casi siempre porque es síntoma de otras carencias.

“La educación de los padres es lo que más incide”. En concreto, los estudios de la madre son clave porque, a pesar de los avances en igualdad de género, son ellas las que normalmente están más pendientes de la educación de los hijos. “Van a recogerlos y a las reuniones con los maestros y los ayudan en la tarea”, subraya. Está demostrado, además, que esta relación de causa-efecto es más evidente entre la madre y la hija.

Pero, ¿qué significa tener poco dinero cuando se va a la escuela? Es difícil saber cuántos de estos menores vienen de familias con poca formación, pero el dinero suele ser una pista importante. Para Martínez no importa tanto el hecho de tener menos o peor material educativo como problemas que se derivan de esas carencias. Una de esas situaciones es la malnutrición, “que no es desnutrición”. Alimentarse mal repercute en la escuela igual que afecta que los niños estén vacunados o se enfermen más. “Por suerte, esto último no está ocurriendo todavía en nuestro país”.

No hay estudios concretos sobre el vínculo entre número de hijos y nivel formativo de los progenitores, pero sí se sabe que en las familias con más hermanos existe más probabilidad de tener un rendimiento escolar peor. “Se debe a la falta de recursos: hay que repartir entre más y los padres prestan menos atención a los chicos”, apunta. En cualquier caso, los últimos datos referentes a natalidad revelan que hay pocas parejas que decidan ser padres por segunda vez y que cada vez hay menos familias numerosas. Además, el Archipiélago es una de las regiones donde más ha bajado la natalidad.

La gran pregunta que se hacen muchos docentes y familias es cómo abordar el problema de la desigualdad de oportunidades educativas atendiendo al origen socioeconómico. Cada centro es un mundo y las necesidades de cada escuela vienen determinadas por su entorno. El nivel cultural de la familia, muchas veces determinado por el estatus económico, y la solidez de la clase media, vuelven a estar en el centro del debate.

EDUCACIÓN Y ORIGEN


Otras diferencias: la etnia y el género

En los últimos 50 años la desigualdad educativa por género no solo se ha reducido, sino que se ha invertido. La escuela es el único sitio donde hay desigualdad, pero a favor de la mujer. ¿Cómo se ha conseguido dar la vuelta a la situación? Para Saturnino Martínez hay tres explicaciones. Las mujeres, aunque los profesores clase tuvieran más expectativas puestas en los varones, han podido defender sus conocimientos en un examen que era, y es, igual para todos. Además, su afán por superarse ha tenido un aliciente extra: han luchado para no volver a casa y tener que encargarse del trabajo doméstico, un “castigo” reservado para ellas. Para terminar, antes de que empezara la crisis muchos estudiantes abandonaron el sistema en busca de un empleo. Se trató fundamentalmente de chicos porque el sector que más empleo ofreció a estos jóvenes fue la construcción. Todo eso ha hecho que las chicas presenten mejores datos de matriculación y rendimiento escolar. “Ahora los chicos están empezando a presentar mejores datos: aumentan el éxito escolar” por los cambios en el mercado laboral. La otra desigualdad educativa que no se ha conseguido atajar es la que tiene que ver con la etnia. Se puede comprobar en países como Reino Unido o Estados Unidos, señala Martínez. Que no se haya avanzado tanto en este aspecto es una prueba, para el experto, de que “las políticas educativas no son tan importantes como quisiéramos (…). Yo soy de los que piensa que son más importantes las características educativas que las políticas”.