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Deuda y castigo – Por Juan Manuel Bethencourt

   

La editorial Errata Naturae, de sutil gusto por todos los desvaríos de este mundo, ha publicado un libro capaz de producir desasosiego. Se titula El síntoma griego, y es el compendio de diez pequeños ensayos con la firma de intelectuales de prestigio, nacidos en las cuatro esquinas del Viejo Continente. La conclusión común podrá compartirse o no, pero en todo caso está muy bien argumentada y, al final, resulta inquietante para el futuro de Europa: lo de Grecia no es una desgracia, es un experimento. Ciertamente muchas de las decisiones adoptadas en la república helena durante los últimos años tienen que ver con algo cercano a la posdemocracia, es decir, con una formalidad democrática predeterminada por decisiones tomadas muy lejos, y tomadas además por instituciones e individuos que no se someten al control de las urnas. Hablamos de la troika europea, del Fondo Monetario Internacional, del Banco Central Europeo, de los grandes inversores financieros, actores que tienen mucho que decir y decidir sobre la supervivencia de una economía y la solvencia de un Estado. Los europeos nos escandalizamos ahora, pero ha sido un ejercicio ya practicado con fruición en otros continentes, en el antes llamado Tercer Mundo, donde las recetas de la ortodoxia se cobraron no pocas víctimas. Yanis Stavrakakis, profesor de la Universidad de Tesalónica, incide en un vínculo sinuoso y letal, el de la deuda, individual y colectiva, entendida como el castigo vergonzante que conlleva acto seguido la pérdida de derechos cívicos. Al respecto, escribe lo siguiente: “Los mismos neoliberales integrados en los grupos de poder que empezaron estimulando el espíritu del consumismo basado en el préstamo, los mismos que permitieron la prolongada fiesta de los banqueros, son los que ahora utilizan la deuda -trasladada, en este punto, a los presupuestos estatales- para invertir el proceso democratizador”. Francamente, resulta difícil no estar de acuerdo con el analista en la denuncia sobre este proceso “desdemocratizador”, en el que la deuda es el elixir perfecto para somatizar a la población y cargarle de paso el coste de unas decisiones adoptadas en otras instancias, allí donde antes se abrió el grifo del crédito sin medida alguna. Maurizio Lazzarato, teórico privilegiado sobre la cárcel de la deuda para el ciudadano contemporáneo, pone la rúbrica: “El Estado, en su versión no-mínima, interviene no una vez, sino dos, para cumplir sus funciones; la primera, para salvar las finanzas y también a los bancos y a los liberales; la segunda, para imponer a las poblaciones el pago de los costes políticos y económicos de lo anterior”. Francamente, es justo lo que ha ocurrido en la Europa.