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Italia, un desierto fascinante – Por Juan Manuel Bethencourt

   

Fue Benito Mussolini quien afirmó aquello de que gobernar Italia no era imposible, sino inútil. Esta frase la suele decir mucho Juan Fernando López Aguilar, el eurodiputado canario que, al parecer, ya no encabezará la lista socialista al Parlamento de Estrasburgo. Desde luego, no podrá afirmarse que Elena Valenciano, la lugarteniente de Rubalcaba, sea mejor cartel electoral que el jurista grancanario, pero no es eso de lo que vamos a hablar hoy. Dentro del batiburrillo de incoherencias que es hoy el manejo de los asuntos públicos en la Unión Europea -tanto es así que crece el número de voces que, con muy distinta ideología, pero unidos en la insensatez, abogan por la voladura del proyecto europeo mismo-, el ejemplo italiano brilla por su indiscutible solera. El Gobierno de coalición entre socialdemócratas y derechistas herederos de Berlusconi corre de nuevo riesgo de romperse, herido por la propia debilidad de su nacimiento: un pacto contra natura entre izquierda templada y derecha sucia, unidos ambos en la necesidad de frenar el ascenso electoral de los nuevos populistas de izquierda liderados por un célebre cómico-bloguero, Beppe Grillo, cuyo gran mérito ha sido demostrar que la telegenia aplicada a la política no es patrimonio de Silvio Berlusconi. Hay un aspecto nada desdeñable en la comparación entre Italia España, que el presidente Mariano Rajoy ha manejado muy escasamente. Aquí tenemos un Gobierno legitimado por una mayoría absoluta elocuente, lo que haga con ella (y con su programa electoral de usar y tirar) ya es otro asunto. Por el contrario, Italia se ha acostumbrado a vivir en la tormenta permanente, hasta el punto de que sus dos últimos primeros ministros, el profesor Monti y el heredero Letta -Bersani, ganador de los comicios para la izquierda, renunció para no tener que pactar con Berlusconi-, lo han sido sin obtener el refrendo de los ciudadanos. Y el tercer aspirante, el joven y pujante Matteo Renzi, alcalde de Florencia sin haber cumplido los cuarenta, maniobra para alcanzar el poder absoluto quizá por el mismo camino. Al final, es preciso recordar que el último primer ministro italiano votado por la gente fue… Berlusconi, que ahora, al parecer ya va en serio, desaparece de la escena con muchas condenas en la mochila. Renzi es el futuro, aunque también es un futuro plagado de incógnitas, pues estamos ante un genuino exponente, a la italiana, de la llamada política líquida, la de una izquierda más pendiente de la mercadotecnia que de las ideas. Esta corriente, que inauguró Tony Blair y siguió fielmente Rodríguez Zapatero, exhibe unos principios tan intercambiables que no es exagerado afirmar que ideológicamente está más cerca de Groucho que de Marx.

@JMBethencourt