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el revés y el derecho>

Un amigo – Juan Cruz

   

El aire de Los Cristianos es benéfico. Como el salitre, la arena suave, las noches. Una de esas noches, hace mil años, en mi adolescencia, un ataque de asma, de los numerosos que me afectaban entonces y que aún ahora siguen amenazando cada vez que se tuercen el tiempo o el ánimo, ocurrió allí, en medio de ese aire benéfico de Los Cristianos. Y ni el flujo de esa extraordinaria atmósfera que combina el mar en la noche pudo sacarme de ese torbellino de respiraciones que convierten en agonía el arte de respirar. Jamás me he podido olvidar de esa noche ni de la persona que me acompañó mientras se iba produciendo ese trance que parecía eterno, inacabable, terrible. Esa persona era un amigo, Carlos Tomás Pérez Méndez, acaba de morir. Él y su hermano Juan Antonio, y sus padres, doña Isabel y don Antonio (Antonino), me acogieron algunos veranos en su casa de la avenida de Suecia. Por amistad, no había otra circunstancia, ni familiar ni de otro tipo, sólo por amistad me invitaron a estar con ellos. Aquella fue una de las muchas noches que viví allí, respirando el aire benéfico de Los Cristianos que se me torció esa noche. Como si él intuyera que yo vivía un trance peligroso que requería compañía, Carlos Tomás se quedó en la azotea, a mi lado, silencioso, yendo de acá para allá, esperando que pasara el ahogo. Y mientras éste duró yo sentí su respiración como un apoyo de la mía. Luego han pasado los años y las noches, y durante toda mi vida he sentido gratitud hacia esa familia, porque aquellos días, aquellas semanas y aquel tiempo, su cercanía fue un poderoso apoyo para seguir andando en un mundo que con frecuencia necesita tanto el latido de la amistad como el latido del aire. Ahora que él ha muerto, querido Juan Manuel, quisiera que compartieras conmigo este tributo de amistad y de gratitud.