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El cabrero de Chivisaya

   
cabrero de Chivisaya

Nicomedes Carballo Fariña, junto a algunas de sus cabras en el corral de Chivisaya. / NORCHI

NORBERTO CHIJEB | Candelaria

“A mí dejense de premio, que me den de comer y beber y me dejen vivir otros setenta años y después me retiro”, así responde Nicomedes Carballo Fariña, el último pastor de Izaña que ha sido propuesto para el premio Tenerife Rural 2015.

Nicomedes nació hace 78 años en La Orotava, pero desde temprana edad se trasladó a vivir a los altos del otro valle, el de Güímar, en donde hoy sigue cuidando de medio centenar de cabras junto a su perro Moreno. Nicomedes es hijo de Juan de Izaña, el último gran cabrero de Las Cañadas del Teide, de donde han desaparecido el pastoreo “después de la repoblación de pinos y por orden del Gobierno en 1956”, recuerda nuestro protagonista, a quien visitamos en su granja de Chivisaya, justo en el kilómetro 10 de la carretera que va de Arafo hasta el Teide. Allí vive “noche y día”, aunque su residencia se encuentra en el casco de Arafo. Con 78 años “apenas he ido al médico”, señala con orgullo, porque “no recuerdo haber tenido una enfermedad, aunque ahora se me reseca la garganta”, dice con cierta amargura.

Vecinos de Araya, en Candelaria, y el Pleno del Ayuntamiento de Candelaria, el jueves, le han propuesto para el premio Tenerife Rural 2015, como representantes de aquellos cabreros que pastoreaban por Izaña “a semejanza de los guanches”, recuerda Nicomedes Carballo Fariña.

Su larga vida ha estado ligada siempre a las alturas, ya sea sacando agua de las galerías en El Hierro, La Palma o Tenerife o pastoreando por los montes y barrancos de Tenerife, un trabajo que compaginó durante muchos años. Hoy solo mantiene un pequeño rebaño –más de cincuenta cabras de raza sureña- para “entretenerme” porque la leche, la carne y queso que le dan “solo es para autoabastecimiento”. “Aquí -afirma- lo tengo todo, aunque no hay crisis, solo trabajo”, comenta con una sonrisa socarrona, mientras reconoce cierto desconsuelo por el hecho que sus hijos o nietos no hayan seguido la tradición que heredó de sus padres. “A mis nietos no le gusta ni la carne ni la leche de cabra, solo yogures y galletitas; algo que yo no he probado en mi vida”, comenta mientras nos invita un vaso de vino blanco y un exquisito queso blanco, desde el porche de la casa que tiene arrendada en Chivisaya, justo en el barranco que divide los municipios de Arafo y Candelaria y desde donde se divisa, cual atalaya a la sombra del pico Cho Marcial, todo el Valle de Güímar.