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El día de la fractura – Por Juan Manuel Bethencourt

   

El día de la mayor tragedia de nuestra democracia, la matanza terrorista del 11 de marzo de 2004 en Madrid, fue también el germen de la mayor fractura experimentada por nuestra Historia reciente. Con el paso del tiempo, y ayer se cumplieron 10 años de aquello, tendemos a sacralizar los momentos, también a idealizarlos. El expresidente Rodríguez Zapatero lo hizo hace unos días, en una interesante entrevista con motivo de la efeméride. Beneficiario directo de la conmoción provocada por el desastre, aunque nunca lo ha admitido siquiera implícitamente, Zapatero pronuncia ahora palabras cargadas de prudencia, y se lo puede permitir, porque también en aquella hora funesta se manejó con indudable responsabilidad, aspecto que le diferencia de José María Aznar y su grosero manejo de un acontecimiento tan luctuoso.

Como es sabido, el ardid salió al revés al confirmarse que los autores del atentado en los trenes no tenían nada que ver con ETA, sino con el terrorismo yihadista. Y aquel hecho, coincidente con la guerra de Irak y la presencia de Aznar en la foto de las Azores, fue determinante a la hora de visualizar la eventual responsabilidad política de lo ocurrido. Ahora se sabe, claro está, que la masacre se hubiera producido aun sin elecciones, y seguramente sin el apoyo que el Gobierno español prestó a la aventura bélica de Bush & Blair. Así que, 10 años más tarde, deberíamos superar de una vez la teoría del terrorista favorito, que durante una década ha envenenado el debate político español, como si el PP fuera responsable del atentado islamista, porque lo hubiera sido el PSOE en el caso de autoría etarra. Esta fractura entre demócratas, tendente a responsabilizar al adversario político de una masacre semejante y rentabilizarlo electoralmente, es sin duda la peor página de nuestro expediente democrático reciente. Recuerdo aquellos días como agónicos, por la ingente tarea que supuso afrontar el hecho noticioso incluso desde una humilde redacción de provincias, ni más ni menos que la de este periódico. Hicimos un buen trabajo, que hoy agradezco a todos los que compartimos horas de esfuerzo sazonadas por el espanto que producían los hechos relatados. Pero sobre todo recuerdo la tristeza del sábado 13 por la tarde, cuando, tras las detenciones en Lavapiés, el país entero se vio movido por una convulsión política que desmentía la unidad expresada en la calle durante las manifestaciones del día anterior. El turbio aroma del reproche acompañó aquellos días trágicos, primero en un sentido, luego en otro, así hasta la cita de las urnas el domingo 14. Nunca, nunca más una fractura entre demócratas a cuenta del sufrimiento de todo un país. A ver si lo aprendemos de una vez.