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Ese asunto lejano – Por Juan Manuel Bethencourt

   

Ese asunto de Ucrania tiene mala pinta, a la vista de lo que se contempla en el telediario. Claro que la cosa nos pilla lejos -hay 4.603 kilómetros de distancia en línea recta entre Tenerife y Kiev-, aunque quizá no tanto: los mercados bursátiles mundiales reaccionaron con pánico a los últimos acontecimientos en la república eslava. En este mundo interrelacionado, el estornudo en la otra punta del globo nos puede acatarrar, y también todo lo contrario, como demuestra el desvío de turistas que, alarmados por otras revoluciones pretéritas, optó por Canarias como alternativa. En este caso la cosa es mucho peor, sobre todo por una cuestión de dimensiones. Cuando está Rusia por medio, todo de hace gigante como por obligación, y no sólo atendiendo a los kilómetros cuadrados del país más grande del mundo y sus vecinos, antes compatriotas. El avispero de Ucrania tiene que ver con estos dos factores, el tamaño y la mala vecindad. Estamos en un escenario cercano al de los Balcanes hace veinte años, pero mucho más peligroso; esperemos que no tan violento, aunque de gobernantes que han hecho de la osadía una marca se puede esperar todo. En Ucrania conviven dos comunidades incapaces, al menos en los últimos años, de encontrar un nexo común. Con una mayoría de origen e idioma ucranio en el Oeste (Kiev) y la minoría prorrusa muy bien asentada en el Este (Jarkov, ciudad icono de la resistencia soviética en la II Guerra Mundial), hay que tener mucho talento político para conciliar visiones antitéticas. Esto fue más o menos posible durante la Revolución Naranja, pareció asentarse una visión mayoritaria que apostaba por la modernidad, por Europa y por una relación menos dependiente de Rusia, el suministrador del gas que calienta las casas en invierno, el poderoso vecino siempre dispuesto a cortar el grifo. La estabilidad duró poco, pero aun así hace dos años veíamos a la selección española de fútbol ganar la Eurocopa en un Kiev soleado y pacífico. Tras la caída del títere Yanukovich, está claro que Rusia va a intervenir política y también militarmente, en la certeza de que Europa reaccionará con su habitual diligencia, esto es, con la nada, y que Estados Unidos será tan cauteloso como lo son Obama y su canciller Kerry. Putin, ese hombre mimado por la derecha europea -¿te acuerdas, Aznar?- siente que juega en casa, en su área de reservada influencia, sea Crimea, una parte de Ucrania o toda ella. ¿Y qué se puede hacer al respecto? ¿Diplomacia, sanciones económicas, guerra? Cuando se sugieren muchos remedios para un solo mal, quiere decir que no se puede curar. Lo dejó por escrito el doctor Anton Chéjov.@JLBethencourt