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Manifestaciones – Por Claudio Andrada Félix

   

Cada vez tengo más claro que la fractura de derechos civiles y sociales se extiende como la pólvora por occidente y por oriente. La verdad es que en eso no parece que los diversos gobiernos, incluso de diferente signo político, tengan discrepancias. Hay un cada vez más creciente runrún de fondo que busca limitar los derechos ciudadanos, entre otros, la libertad de manifestación. Los detractores de este derecho fundamental argumentan que hay que “ordenar” (en el mejor de los casos) o “limitar” el ejercicio de este derecho. Para ello, se buscan los más variopintos argumentos, todos con la finalidad de tratar de convencernos de que eso de protestar en las calles queda mal y entorpece el tráfico que es una barbaridad. ¡Qué curioso! En lugar de preguntarse por qué está la ciudadanía tan cabreada que sale un día sí y otro también a la calle, en lugar de buscar soluciones, o simplemente escuchar las demandas, lo que se plantean algunos políticos, dentro y fuera de este estado, es la manera de no oír la esencia de las reivindicaciones. Se olvidan, otra vez, de que sólo (y nada menos) son los representantes de los intereses de la ciudadanía, la que le votó y la que no le votó. Y exclusivamente tendrían que estar con los oídos bien pendientes y los ojos bien abiertos para escuchar (y no solo oír) lo que esas manifestaciones reclaman.

Nada extraordinario, por otra parte: empleo, salarios justos, sanidad y educación públicas y de calidad, y participación ciudadana. Ya no nos basta con votar una vez cada cuatro años. Porque en cuatro años algunos han demostrado que son capaces de destrozar y dilapidar los derechos y los recursos de todos. Y no, no se pueden esperar cuatro años en estos casos. Aún a sabiendas de que suelen hacer caso omiso a las protestas de la ciudadanía en las calles, no podemos permitir que en lugar de evitar con soluciones las demandas, se tire por el camino de en medio y se resuelva que lo mejor es limitar los derechos a la libertad de expresión y reunión, que se consagran en esa misma constitución que no se cansan en sacarla a pasear cuando les interesa, sobre todo en los casos de la integridad del territorio, las fronteras, la inmigración, etcétera. Ese olor a viejos tiempos parece que inunda la política y los derechos civiles de la ciudadanía. De nosotros depende de que nos obliguen a sufrir en silencio, como las almorranas.