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Juan Manuel Bethencourt

La Gran Reforma – Por Juan Manuel Bethencourt

   

Hay que preguntarse cuál es el balance del Gobierno del PP en lo tocante a las reformas que necesitan la economía y la sociedad españolas. La respuesta es un suspenso. El Ejecutivo presidido por Mariano Rajoy ha elevado los impuestos a todos los ciudadanos; perdón, no a todos, a los trabajadores asalariados y las familias de clase media, aunque ahora anuncia que los bajará… cuando se pueda. Ha hecho más competitiva a la economía nacional por el camino fácil de la devaluación interna, bajando salarios y precios hasta coquetear con el fantasma de la deflación. Ha endeudado al Estado con un rescate bancario de 40.000 millones de euros para purgar los excesos del capitalismo financiero e inmobiliario, una mochila muy pesada que queda al cuidado, también, del ciudadano común. Eso, por no hablar de todas esas familias endeudadas por una vivienda que ahora vale la mitad que lo que pidieron prestado al generoso señor banco. En el haber, unas cuantas medidas de liberalización económica, muy tímidas, es cierto, porque España sigue siendo un país de oligopolios: financieros, energéticos, de construcción, de autopistas. ¿Es esto verdadero reformismo? Salta a la vista que no. Por encima de todas las cosas, hay una cuestión pendiente, urgentísima, y que tiene que ver con esa democratización del mercado -no más ni menos mercado, sino mejor mercado, esa es la respuesta- que esta sociedad reclama como agua de mayo. Y es la reconfiguración de la relación entre las grandes finanzas y la economía real, la de las pequeñas empresas y los emprendedores. Actualmente contamos con un sistema en el que la financiación es en gran medida indiferente a la economía real en los buenos tiempos, y en cambio resulta muy dañina en los malos. Lo que tenemos que hacer, lo que el Gobierno de Rajoy debería hacer, es convertir al conglomerado financiero en un buen servidor y prestador de servicios, en lugar de en un mal amo; alistar las finanzas al servicio de la economía real, y no sólo de la actividad especulativa.

Esto implica en la práctica una serie de cambios regulatorios que estimulen la actividad económica relacionada con la expansión de la producción y la mejora de la productividad, desalentando la actividad financiera que no esté relacionada con esos objetivos. Al mismo tiempo, el Estado debe fomentar la actividad del capital-riesgo privado, aquel que estimula la creatividad y las iniciativas de los jóvenes que quieren ser, al final, dueños de sus vidas. La libertad, en este nuevo siglo, no tiene tanto que ver con las medidas compensatorias de escasa promesa, y mucho menos con los subsidios ineficientes que ya no se pueden pagar, sino con la posibilidad de desarrollar los propios talentos.