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De mal en peor – Por Leopoldo Fernández

   

Como vulgarmente se dice, las desgracias nunca vienen solas. No importa que la macroeconomía bosqueje cambios prometedores y apunte en dirección a los tópicos y otrora falsos brotes verdes de la economía española. La realidad de la microeconomía, la del bolsillo, la media de los hogares canarios, dice lo contrario, casi como normal general, según revelan las encuestas más recientes. Basta con preguntar a Cáritas y a Cruz Roja, a los bancos de alimentos y a las numerosas ONG que se ocupan de ayudar a los más necesitados. O acudir, si no, a los distintos servicios sociales regionales, insulares y municipales para saber de los dramas familiares que andan sueltos en nuestra sociedad. En muchos casos, no los percibimos porque no están cerca; en otros, porque no nos gusta ver las desgracias ajenas y preferimos creer que el paisaje social resulta inevitablemente alcanzado por el empobrecimiento y la carencia de los recursos mínimos para subsistir. Quizás resulte un tanto exagerado hablar de “catástrofe humanitaria” en Canarias, como apuntaba ayer en el Diario Gerardo Mesa Noda, el presidente del Comité Autonómico de Cruz Roja.

Pero, ¿cómo llamar a la pérdida de medios económicos mínimos para poder subsistir, al estado de necesidad de miles de familias que lo han perdido todo, al permanente aumento del número de parados y de personas que acuden en busca de ayuda para comer? Tras la guerra civil, el archipiélago pasó por grandes penalidades y el hambre se instaló en algunas islas, que acabaron por abrir la espita de la emigración como remedio más a mano contra la pobreza y la exclusión social. Paradójicamente, algo más de medio siglo más tarde hemos vuelto a las andadas. Por una pésima redistribución de la riqueza. Por falta de previsión en los buenos tiempos. Por no exigir a los sucesivos gobiernos del estado la financiación que por historia y justicia corresponde a Canarias y los canarios. Mucha culpa la tienen nuestros dirigentes de ayer y de hoy, por conformismo y malas prácticas. En relación con la Península, el diferencial fiscal sigue cayendo lenta pero inexorablemente, sin que nadie mueva un dedo. La sociedad en general ha perdido poder adquisitivo en porcentajes escandalosos. Nuestros políticos han dejado que la agricultura y la industria no sólo no levantan cabeza sino que siguen bajando su participación en el PIB. Pese a ciertos estimables avances, el fracaso escolar, la mala calidad de la enseñanza, el imprescindible aprendizaje de idiomas y una formación profesional enfocada a satisfacer las necesidades del mercado y los nichos de empleo siguen siendo una entelequia. Eso, y el que nuestros políticos sigan en la inopia sí que puede ser considerada como “catástrofe humanitaria”.