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El oasis catalán – Por Juan Manuel Bethencourt

   

No transmiten nada bueno las cosas que están pasando en las calles de Cataluña, relacionadas con episodios sufridos por representantes públicos que son abucheados, insultados e incluso golpeados mientras pasean tranquilamente por sus ciudades. Ojo, estos escraches no tienen nada que ver con la indignación colectiva por la crisis económica cronificada o la corrupción política rampante. En este caso, hablamos de un comportamiento vinculado a la ideología, si es que se puede definir de ese modo el magma originado a partir de la consulta soberanista. Al amparo del derecho a decidir, parece que todo vale, del mismo modo que cualquier argumento es bueno para erosionar la figura del presidente catalán, muy desgastado y quién sabe si incluso arrepentido por la deriva del camino que él mismo emprendió, y que pocos rendimientos ofrece a la formación política que lidera. Con esto Artur Mas cometió un importante error de cálculo: quiso ponerle pimienta a su discurso, pero, una vez acostumbrados al picante, parece que los ciudadanos de Cataluña están dispuestos a probar sabores más fuertes. CiU es un jalapeño y ERC una guindilla de Cayena, es decir, una tentación para los atrevidos, que ahora parece que son muchos. El propio Mas se lleva su ración frecuente de abucheos, pero cuando has dedicado tanto esfuerzo a fracturar a la sociedad el problema está en que es inverosímil presentarte como víctima. Hay que decir, una vez más, que al gobernante le resulta exigible un plus de responsabilidad en sus palabras y actos. ¿Por qué? Porque ganó y gobierna, es bien simple de entender pero complicado de aplicar. La consecuencia de todo ello es que las organizaciones que mejor han representado la pluralidad intrínseca de la sociedad catalana, caso de los socialistas, son las que más sufren, tanto electoralmente como a la hora de articular un relato político. E incluso en la calle. El líder del PSC, Pere Navarro, fue agredido el domingo pasado al acudir a una celebración familiar en la misma ciudad de la que fue alcalde. Es preocupante, y por varias razones. La primera, porque esta deriva socava aquello que entendíamos definía a Cataluña durante centurias, es decir, una tierra tan vigorosa en la defensa de su identidad como capaz de integrar a unos recién llegados que también contribuían a enriquecer el tejido económico y social compartido. Eso era, y es, Cataluña. Pero ahora las conversaciones en la pandilla de siempre eluden el debate sobre cuestiones políticas, no sea que se pierdan las amistades; hablemos de otra cosa, de moda o de fútbol, para seguir saboreando este gin tonic. Recuerda mucho al País Vasco de hace unos años por la toxicidad del debate. El oasis catalán amenaza tormenta, y de las malas.

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@JMBethencourt