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Un personaje – Por Jorge Bethencourt

   

No le halagué, cuando todos le bailaban el agua de frente y se reían a sus espaldas. Cuando llovían medallas y metopas interesadas. Ni le critiqué, porque allá cada cual sus ideas. Tuve con él una cordial relación respetuosa y algo distante. Y algunas charlas, de esas que se hacen eternas, de pie; la última frente al templo masónico de Santa Cruz. Él me preguntaba insistentemente si yo era nacionalista y si no creía que todos los nacionalistas deben ser independentistas. Yo le respondía que sólo creo en dos naciones, la que está delimitada por el espacio que media entre mi pelo y mis zapatos (o sea, yo) y otra que comprende toda la superficie del mundo que habitamos. “Esas dos son las dos únicas naciones naturales. Todas las demás son inventos de los políticos, Pepe”. El director y editor de El Día se mojaba los labios y me advertía, levantando el dedo índice, que todo eso que le decía estaba muy bien pero era literatura. Que había que tomar partido, porque el momento de la independencia de Canarias estaba cercano. José Rodríguez ha sido una feroz anomalía en la política editorial de Canarias. Fue un hombre de convicciones irreductibles. Aunque nunca compartí sus ideas, reconozco que se entregó a ellas incondicionalmente, con la fe de un carbonero.

Tuvo siempre el estilo de ese viejo Santa Cruz que él representaba. Nunca me privé, en las escasas veces que charlamos, de decirle lo que pensaba de su independentismo paticojo (de Gran Canaria) pero con la misma cortesía con que se lo decía me lo defendía él sin fisuras, completamente entregado y embebido en una causa que pensaba ganar en vida. Y a la que entregó su último entusiasmo. Alguna vez me dijo que no le quedaba mucho tiempo y quería ver su sueño hecho realidad. Pero los sueños, sueños son… José Rodríguez ya descansa en paz. Y algunos de los objetivos de su feroz enemistad también. Porque Rodríguez también era de la vieja escuela del periodismo de nunca dar un paso atrás si se da medio paso adelante. Ha sido todo un personaje de nuestra vida insular que vino a agitar con ideas radicales y un patriotismo muy suyo, donde convivía la identidad canaria con el viejo rechazo chicharrero a “los de enfrente”. Pero al final, creo yo, todo esto importa una higa. Lo que queda es la familia, los seres queridos…. la verdadera vida que uno descubre cuando, desgraciadamente se acaba.