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Salida de pata – Por Francisco Pomares

   

Manuel Fernández es un diputado singular dentro de lo que se estila en ese patio de monipodio que es el Parlamento de Canarias. Pertenece a un tiempo distinto del actual, es uno de los últimos que quedan del arranque de la autonomía, y se le puede definir como un tipo que dice casi siempre lo que piensa, que no es lo mismo que pensar casi siempre lo que se dice. Esa capacidad suya para no recurrir a lo políticamente correcto, para hablar sin protegerse de las consecuencias de lo que dice, le ha pasado ya factura en el pasado, pero resulta más bien refrescante: la tendencia política que domina hoy el paisaje parlamentario es la de decir sólo y exclusivamente lo que se espera que uno diga.
Eso ha provocado que la mayoría de las sesiones parlamentarias sean como un piélago seco, un aburrimiento en el que sus señorías se maltratan los oídos con discursos que no se mueven ni un milímetro del guión esperable. Fernández no funciona así. Suelta lo que se le antoja, y sus argumentos son en general diferentes de los de sus colegas. Se arriesga y a veces se atropella defendiendo cosas en las que cree -algunas bastante peregrinas, como sus teorías sobre el cambio climático- aplicando su propio estilo y un sentido común bastante próximo al del ciudadano común que le vota a él y a su partido.

El miércoles volvió a sorprender a propios y extraños, esta vez con un exabrupto poco edificante, emitido en defensa del ministro Soria, al que la diputada nacionalista Claudina Morales, había colocado en futurible como bien remunerado consejero de Repsol. Después de la predicción de doña Claudina sobre el dorado retiro del ministro, Fernández le espetó que se metiera la demagogia “donde le quepa”, lo que provocó un instantáneo y asirocado revuelo, con los colegas de partido de la diputada y el coro socialista pidiendo a gritos que Fernández rectificara sus palabras. Al final Fernández pidió disculpas de aquella manera y retiró lo dicho, y aquí paz y en el cielo el director/editor. No voy a disculpar a Fernández: es relativamente fácil perder los nervios en una Cámara tan artificialmente recalentada como la Cámara canaria, pero perder los nervios no es excusa para perder las formas, eso que antes llamábamos buena educación.
Estoy convencido de que Fernández es consciente de haberse pasado siete pueblos, aunque no creo que eso le quite el sueño: porque una de las claves del sentido común es no darle a las cosas más importancia de la que realmente tienen. Especialmente si se trata de los errores que uno mismo comete.