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La última palabra – Por Fermín Bocos

   

En esta vida, no todo tiene una explicación. Tenemos un ejemplo en el mutismo, el desdén o si se prefiere, la premiosidad del presidente del Gobierno a la hora de desvelar el nombre del cabeza de lista del PP al Parlamento Europeo. Cuando faltan diez días para que se cierre el plazo y menos de cincuenta para celebrar las elecciones, los populares -divididos entre el estupor y la resignación- siguen mirando hacia La Moncloa a la espera de una señal.

La gente se pregunta a qué espera Rajoy para decidir. La eventual remodelación del Gabinete a la que, en principio, se vería obligado en caso de que el candidato fuera uno de los ministros, no parece razón suficiente para tener in albis a todo el partido. Su hermetismo fuerza a los demás a interpretar sus silencios o incluso sus salidas en plan boutade como cuando días atrás aseguró que elegir candidato era tarea del comité electoral y que “no estaba muy encima” del asunto.

Algunos rieron la gracia. Pero fueron pocos. Hay quien no ha podido disimular su incomodidad. Es el caso de Ignacio González, presidente de la Comunidad de Madrid, que se atrevió a decir en voz alta que sería bueno que la designación de candidatos para las elecciones municipales y autonómicas -a celebrar dentro de un año- fuera más rápida que en el caso de las europeas.
Ya digo que la cuestión siembra desconcierto entre los responsables populares. Quizá porque el exceso de entrega a la voluntad de uno solo se aviene mal con la transparencia propia de los sistemas democráticos.

Forzados a interpretar la premiosidad de quien se reserva la última y única palabra hay que preguntarse a qué obedece tanta inclinación al sigilo. Tanta que revela una personalidad compleja. Quizá más insegura de lo que aparenta.
Dijo una vez que no tomar decisiones era también una decisión y puede que ésa sea clave para asomarse -tratando de comprender- su conocida tendencia a dilatar las decisiones. Y, de paso: a demostrar que es él el que manda. Quién tiene la última palabra. Lo inquietante no es que sea la suya la última palabra -es el presidente del Gobierno-.
Lo inquietante es que parece ser la única palabra en un partido que cuenta con más de seiscientos mil militantes.