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Venta de chatarra – Por Román Delgado

   

Hoy, y sin duda es una desgracia, son muchas las instituciones representativas canarias que dedican más tiempo del razonable a la venta de chatarra pública (forzadas por quiebras y/o leyes de estabilidad presupuestaria). No hay más que visitar diarios, periódicos digitales y otros medios locales (y seguro que se necesitan más de la cuenta, que por algo pocos son amantes de la transparencia), siempre con la necesidad inexcusable de ser muy vivos y de poseer el arte suficiente para desnudar lo que esconde la trapacería política, para alcanzar el fracaso de este juego malicioso a modo de escondite, para que la bombilla termine alumbrando y destape tremendo fracaso de gestión.

Dicho de otra manera: el político, el cargo público, busca, una vez más, eludir la verdad, para, de camino, no tener que someterse a preguntas incómodas; por ejemplo, por qué algunas empresas públicas han fracasado y hoy, pese a las inyecciones continuas e injustificadas de dinero de todos, no valen un duro ni un euro ni un dólar. ¿Por qué? ¿Por qué tanta indolencia? ¿Por qué tan poco respeto al ciudadano, al contribuyente, a la obligatoriedad de las instituciones públicas de dar a conocer, de forma clara y nítida, el destino de las inversiones y el coste de los fracasos, de las malas decisiones, de los nefastos proyectos, de los planes que iban a ser la panacea y han terminado en la penocea, en el mayor de los despilfarros, de los robos (en algunos casos, seguro que así es), en enormes vergüenzas que aterran y hacen temblar los cimientos de los que ponen y quitan de esa manera imperfecta, del modo que la gran mayoría suele calificar como excelente para poner y quitar a unos y a otros? Por si aún no ha quedado claro, el modelo se comporta como un leal confesionario: si salgo por lo de la papeleta, pese a ser un peligro y a propiciar el mayor de los despilfarros, y todo esto ya descontado el efecto de la crisis, pues, señores, todo arreglado. He pasado por el confesionario y tengo varios años más de vida pública, y dale que te pego, y los demás a joderse, y que voten, y que depositen la papeleta, y que acudan al dispensador de este especial antibiótico que lo cura todo. De esta manera seguimos, y seguiremos por los siglos de los siglos si antes aquí no pasa algo que ponga las cosas en mejor sitio. Bastaría con que simplemente alguien lo intente. Se trata, y esto por dar pequeñas pistas, de que los culpables de la ruina de una industria hoy pública digan por qué se gastaron tremendo dineral en generar más chatarra, de que se muestre la catástrofe de gasto público en compras de chamizos y trozos de terreno con casas antiguas. Todos son gastos dudosos que han puesto su granito de arena en la ruina de la colectividad y que han sumado como lingotes de oro en el patrimonio de muy pocos. Esto, si hay teides, es lo que se debe explicar (y procurar), y que sea antes de que pongan otra vez las urnas. Habrá silencio, no más.