No es esta cuadrÃcula impresa un espacio destinado a las cuitas polÃticas, pero ante la avalancha de opinólogos, tertulianos interesados o francotiradores a sueldo de las distintas estructuras polÃticas sobre las escasamente participativas elecciones europeas del pasado domingo, no me queda otro remedio. Más allá de los análisis, y ahora que todos hablan del exitoso fenómeno de Podemos, prefiero fijar el foco en los tradicionales partidos polÃticos de nuestra Canarias. Seamos sinceros, reutilizando el renacimiento del uso discursivo del término casta, en nuestro archipiélago los polÃticos eternos a los que estamos acostumbrados suelen ser animales de partido. Se han criado en los partidos polÃticos, se han amamantado de las lisonjas, sombra, protección y cariño de unas siglas sustentadas en el aire por los presupuestos públicos, por las entonces alegres donaciones económicas empresariales o las mordidas a todo aquel que querÃa emprender. De prosperar esta nueva forma de acumular los votos del descontento y la ruptura con lo anterior, decenas o centenas de polÃticos de Canarias van a sufrir su propia crisis. La mayorÃa de los cargos polÃticos de esta tierra, que cobran de los público, por si solos, sin el amparo de un partido polÃtico al estilo tradicional, no serÃan nadie. No tienen muchos ni capacidad o currÃculum profesional fuera de este circo, ni iniciativa, ni ideas propias; se han convertido en loritos que parlotean repitiendo frases y argumentos que suelen estar bastante alejados de los intereses de la gente. Sin el partido no son nada y ahà empieza la perversión de esta presunta democracia.