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el revés y el derecho>

El precio de vivir – Juan Cruz

   

Vengo de Argentina, donde ahora todo cuesta más caro. Y antes volví de México, donde decía el gran cantante José Alfredo Jiménez que la vida no vale nada. En la posguerra nuestra, ya sabes, vivir era sobrevivir. Los caciques y los ricos vivían bien, nos daban regalos a los niños pobres; ser pobre era, también, aceptar que te lo dijeran, que te lo pusieran de manifiesto. La pobreza ha cambiado de signo; ya no son pobres sólo los que son rematadamente pobres. En aquel tiempo, cuando ser pobre era además no tener derecho a decirlo, había una sola clase de pobres, los pobres de solemnidad, aquellos que debían estar callados como pobres. El silencio era parte de la pobreza. Ahora han cambiado las cosas. La democracia tuvo una época de esplendor económico, se equilibraron los ingresos y se equilibraron los derechos; ya se podía protestar, ya se podía ir a la educación pública, se podía ir a los hospitales, se podía confiar en lo público. Un país es rico, o justo, cuando lo público no es la caridad sino el derecho a utilizar lo público. Entiendo lo que dices, me fijo en las estadísticas, que escalofrían. El domingo le expliqué a un político argentino cuál es el porcentaje de jóvenes sin empleo y le dije la verdad, 55%; él entendió 95%. Me alarmó que considerara normal haber entendido eso; es decir, consideró que eso era posible. Lo peor de ese porcentaje (55%) no es que exista, que ya es grave, sino que aumente, y que aumente incluso hasta los niveles que creía posibles mi amigo argentino. Allí observé que hay billetes de cada una de las monedas, prácticamente. Me fijé, también, que la gente cuenta hasta las propinas. Cuando volví a Madrid me descubrí haciendo lo mismo, contando moneda a moneda a ver si llegaba para pagar el transporte. La pobreza llega cuando empiezas a contar y no llegas; estamos en ese punto, hemos dejado de ser tan confiados con las monedas y hemos empezado a desconfiar de la vuelta que te dan en los taxis y en las guaguas. Somos más pobres; ahora toca abrocharse la esperanza para que ésta no se te desparrame.