Desde hace ya bastante tiempo, a Naciones Unidas (ONU) no le hace caso ningún paÃs de los llamados del primer mundo. Les da absolutamente lo mismo que se hable de pobreza, de explotación infantil, de golpes de estado de cualquier aspirante a dictador, del hambruna que literalmente mata a más de cuatro niños en EtiopÃa o Eritrea en lo que escribo este artÃculo, y asà un largo etcétera de tropelÃas que comete el poderoso contra el que no lo es a lo largo y ancho de este planeta. Si la ONU plantea admitir una demanda justa de un paÃs o colectivo racial oprimido, inmediatamente comienzan a ejercer las presiones los mercados, que a través de sus lÃderes polÃticos bien amamantados, buscan estrategias de opinión pública para demonizar a esa minorÃa (siempre mayoritaria en sus lugares de origen) y darle la vuelta a la tortilla y donde dije digo, ahora ‘el que dice soy yo’, con ese tufillo a interés mercantil que todo lo puebla y lo mueve. Precisamente, en esa lÃnea va el acuerdo del pasado viernes en el sentido de que se aprobó un resolución histórica que abre el camino para poder vigilar de cerca el cumplimiento de los derechos humanos por parte de las multinacionales a lo largo y ancho del planeta; un terreno hasta ahora inexplorado a estos niveles, y una resolución del Consejo de Derechos Humanos de la ONU que ha supuesto, según Diana Aguiar, investigadora del Transnational Institute, una inyección de optimismo en las organizaciones y colectivos que luchan por estas causas. Hasta aquÃ, todo bien.
Pero qué efectividad tendrá esta vigilancia cuando la UE y EE.UU. han votado en contra (en total 14), 13 se abstuvieron y solo votaron a favor, entre ellos Venezuela, Cuba, Rusia y China, que ya ven ustedes lo que le importa a China y Rusia firmar lo que le pongan por delante y después permitir que la deslocalización de las producciones de las grandes multinacionales tengan en sus respectivos paraÃsos laborales a sus ciudadanos trabajando a destajo y sin respeto a sus más mÃnimos derechos humanos. Y todo, asà de fácil. Proponen una norma justa, que limite la explotación salvaje del hombre por el hombre, y las regiones más desarrolladas del planeta y con más intereses en los paÃses del tercer mundo pondrán el grito en el consejo, moverán a sus lobbies y al dÃa de aprobar la norma solo será papel mojado. Mientras que los capitales sean transnacionales y los derechos locales y sean los mercados quienes dicten las normas y llenen los sobres, este mundo ni será justo ni tendrá arreglo alguno.
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