No he intercambiado nunca una palabra con Alfredo Pérez Rubalcaba, pero ahora que ha anunciado que se retira de la polÃtica activa y desea volver a dar clases como profesor universitario deberÃamos agradecerle una cuantas cosas. También habrÃa que echarle en cara otras tantas, pero para eso ya hay jaurÃas especializadas. Por delante debo poner la premisa de que no creo que el ejercicio de la polÃtica, sobre todo al nivel en el que la ha ejercido Rubalcaba, pueda llevarse a cabo sin mancharse, sin cometer torpezas, errores e, incluso, tomado decisiones en contra de lo que uno cree que es mejor para sà mismo o se ajusta a sus criterios éticos y morales. Es el precio a pagar, como dice Michael Ignatieff, por ejercer un papel a veces ingrato. Puede que en la historia de la democracia no existan muchos más personajes con un conocimiento tan profundo de los resortes y entresijos del poder en España como los que atesora el hasta ahora diputado socialista. Rubalcaba ha vivido y padecido los sinsabores de la envidia patria (se le ha acusado de ser colaborador de ETA, de muñidor de los atentados del 11-M y, de algo mas prosaico, de ser feo y calvo para ser presidente del Gobierno de España); pero quizás, todo eso lo esperaba, como, a buen seguro, supo siempre que serÃan sus propios compañeros de partido los que, llegada la hora, no dudarÃan en mandarlo a la pira. Y tal cual. Eso sÃ, se lleva consigo un modo de ejercer la polÃtica de otra época y eso no es necesariamente malo, aunque dados los resultados quizá ese fue su gran error. No adaptarse, no saber ver venir que todo estaba cambiando y no poner al servicio de esas nuevas demandas de los ciudadanos todo esos conocimientos sobre esta tierra cainita que es España para llegar a gobernar el paÃs. Dicen que se va un perfil de presidente, en cambio, otros estiman -conociéndolo más en profundidad- que, precisamente, por tener un perfil asà estaba predestinado a no serlo. Supongo que algún dÃa se valorará mejor todo lo que Rubalcaba hizo -lo bueno y lo malo- y qué banderas enarboló en silencio y cuáles evitó o no pudo mostrar. En resumen, el quÃmico -usado en tono despectivo por muchos porque ya se sabe que ser algo en España lleva más a la mofa que a la admiración- abandona por la puerta de atrás la polÃtica española. Uno más.