No suelo apostar a nada, aunque algún amigo me tiente de vez en cuando, pero estarÃa dispuesto a jugarme una buena cena con quien encuentre alguna actuación en la isla de La Palma que no haya sido digna de una continua y acalorada controversia. Por una u otra razón, siempre hay quien le ve los tres pies al gato. Ser una sociedad crÃtica es una cosa, pero llegar a ciertos extremos es agotador. La Fuente Santa, si se extrae o no el agua; la Transvulcania y su feria del corredor; la obra de la playa de Santa Cruz de La Palma por el famoso mamotreto; el tamaño y la estética de la nueva terminal del aeropuerto; el paseo marÃtimo de Puerto Naos por no se qué de unos quioscos; los intempestivos arreglos de la capitalina calle Real; el Observatorio del Roque de Los Muchachos que no nos permite ver por las noches y a cambio deja poco beneficio en la Isla; la nueva parada de guaguas del Puerto de Tazacorte, si protege o no a los usuarios de las inclemencias del tiempo; el asfaltado de las carreteras, dónde empiezan y dónde acaban; el nombre del Centro de Visitantes de la Cueva de Las Palomas, en Las Manchas, que en el proyecto se denominaba tubo volcánico de Todoque; la imposible ubicación de una planta de asfalto que contente a la Administración y los administrados. Asà podrÃa seguir ad infinitum, y eso que todavÃa, por ejemplo, la Bajada de la Virgen de Las Nieves está solo calentando motores y aún asà ya está empezando a ser foco de polémica. Muchas de estas contestaciones o crÃticas son razonables, pero la verdad es que otras son demasiado gratuitas, hasta el punto de que uno llega a pensar que hay gente que se aburre demasiado.También es cierto que el extremo contrario serÃa peor. Las cosas están mal y se han hecho disparates, pero tampoco es para tener la escopeta cargada las veinticuatro horas del dÃa, creo yo. También es cierto que buena parte de las mismas vienen por intereses polÃticos, que acaban arrastrando a la sociedad civil a mantener una postura determinada. Para mà esta situación encierra un doble problema. Por un lado, quienes tienen que tomar decisiones no lo hagan por miedo a la crÃtica fácil y sin fundamento. En segundo lugar, una sociedad civil que al final caiga en el más absoluto desencanto y no defienda nada. Cuando ahora, de verdad, son tiempos de hechos y no tanto de palabras.