Si ella fuera una palabra serÃa libertad. Fue lo primero que se me vino a la cabeza al pensar en su existencia y supuse que no debÃa rechazar aquel instinto. Ella era sincera, fuerte, valiente, comprensiva. TenÃa cualidades que todos admirábamos y, sin embargo, nadie era capaz de designar vocablo alguno para definirla.
Yo escogà libertad porque la imaginé volando, como siempre. Fue su compromiso y no su soberbia, como algunos reclamaban, el que la hizo planear hasta donde fuera necesario. HabÃa en la tierra gente que aún no conocÃa su nombre; ni siquiera su olor o su sabor. HabÃa en esa misma tierra individuos que luchaban por ella de forma casi inexplicable para otros muchos, incluso para quienes ya la tenÃan. Ya se sabe que la posesión muchas veces lleva también al olvido. Todos los nombres de mujer sonaban ridÃculos en sus benditas caderas y todas las palabras insuficientes para ensalzar su labor. Ella, que habÃa recorrido kilómetros a lo largo de los relojes de todo el mundo veÃa ahora como sus más sinceros defensores arañaban su moral de un modo muy poco sutil.
Me di cuenta entonces de que si fuera una palabra no serÃa libertad. Ni igualdad, ni justicia, ni siquiera dignidad. A dÃa de hoy la democracia no tenÃa sinónimo ni compañero de viaje. Alguien la habÃa dejado navegar en soledad, sin nombre y sin caderas.