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Me declaro ateo – Por Juan Pedro Rivero

   

Las redes sociales nos tienen últimamente aterrados y asqueados. Cuando no vemos a un grupo de jóvenes crucificados, vemos decapitar en vivo y en directo a algún cristiano que no ha reconocido que “Alá es sólo uno y Mahoma su profeta” a propuesta de los representantes del nuevo Califato. Mujeres al costo de 150 euros vendidas en el mercado sable en mano, o la afirmación contundente de que a todas ellas se ha de abrasionar el clítoris porque el placer femenino va contra la voluntad de dios y la seguridad del hombre. Una vez y otra vez, y vuelve y repite la misma terrible historia. Y Pérez Reverte, con su pluma elocuente, nos asegura que más pronto que tarde todos en Occidente seremos decapitados.

En una conversación reciente alguien me decía que se trataba de la versión actual de las cruzadas medievales. Tal vez sea verdad, pero con nueve siglos de retraso, que es tiempo suficiente, no sólo para que Occidente, y la Iglesia en concreto, haya pedido perdón por los pecados de sus hijos en la historia, sino que la humanidad en su conjunto haya alcanzado la madurez del reconocimiento universal de los Derechos de las personas. No estamos en el medievo, por favor. No podemos justificar esta barbaridad por barbaridades de ayer. No tiene nombre poner a Dios como motivo que justifique esta falta de respeto a la condición humana. Ante estas barbaridades entiendo con lógica que a las personas de allá o de aquí les cueste aceptar la existencia de Dios y no encontrar en la hipótesis Dios la causa de los conflictos y enfrentamientos inhumanos del momento presente.

Yo en ese dios no puedo creer. De ninguna manera. De ese dios me declaro abiertamente ateo. Totalmente ateo. Y no escondo mi ateísmo radical cuando se traspasa el límite de lo religioso para convertir en política e ideología las manifestaciones de la espiritualidad del ser humano. El Dios en el que creo se reveló sufriendo el dolor de un pueblo esclavo, acompañándolo por el desierto de la emigración y la incertidumbre, enviando a su único Hijo al llegar la plenitud de los tiempos, no para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salvará por Él. El Dios en el que creo asumió lo humano sin doblez ni mentira, hasta el extremo, cambiando el ojo por ojo por el perdonar setenta veces siete, y el morir crucificado como consecuencia de todo pecado posible, pasado o futuro. El Dios en el que creo resumió la ley entera en el amor a Dios y al prójimo. Amar es el nombre del Dios en el que creo. De cualquier otra afirmación de dios, hoy y aquí, me declaro ateo.

*RECTOR DEL SEMINARIO DIOCESANO
@juanpedrorivero