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De Tamaimo a Valle de arriba – Por Wladimiro Rodríguez Brito

   

Recientemente tuve la oportunidad de recorrer parte del valle que el barranco de Santiago ha horadado entre Tamaimo y el Valle de arriba, en Santiago del Teide. Es un entorno de los más ricos de Tenerife desde los puntos de vista geológico, histórico y cultural. La bella vega del barranco, cruzada por una de las carreteras más transitadas de la isla, abunda en interesantes detalles y espectaculares paisajes. Por desgracia gran parte de los frutales, almendros, higueras y tuneras están en total abandono e incluso fincas dedicadas al viñedo están cubiertas de hinojo.

En esta vega se ha creado un paisaje singular en la isla; se trata de la transición entre las zonas antiguas de los Barrancos de Teno, en la que destacan los Roques de Guama, Nifa y Arguayo, y las lavas muy recientes que cubren gran parte del Valle de Santiago. El almendro, las higueras y las viñas han sido plantados allí sobre suelos muy pobres; sus raíces malviven muchas veces en unos gramos de tierra entre las lavas casi calientes de una zona de gran actividad volcánica. Las lavas del Chinyero, último volcán de la isla, cubrieron gran parte de las tierras de cultivo del pueblo.

A lo largo de la historia los habitantes de este valle han sufrido otras dificultades además de la dura topografía y las inesperadas erupciones volcánicas. La carencia de agua ha sido determinante, y no fue hasta los años 50 del pasado siglo cuando alumbra la primera galería de agua. La situación de relativo aislamiento y la distancia a los centros urbanos permitió que el feudalismo en esta zona de Tenerife perdurase durante más tiempo. Incluso la abolición de los señoríos tras Las Cortes de Cádiz aquí tuvo una lenta aplicación. Los aspectos geográficos y sociales mantuvieron una situación de pobreza y miseria hasta que los alumbramientos de agua primero y el turismo después cambiaron la historia de este municipio.

Es muy triste que gran parte de las tierras sorribadas para tomates en la zona media y baja hoy estén balutas. También los secanos, donde aún perviven miles de almendros, higueras y viñas han tenido la misma suerte. Es difícil explicar a los visitantes de la zona que todos esos antiguos canteros no se mantienen en absoluto, ni siquiera para limpiar magarzas, tabaibas, berodes, retamas, etcétera. En un paisaje iluminado en la temprana primavera por las flores de los almendros, ahora no se recogen, ni siquiera al borde de la carretera, los higos, las almendras o los tunos.

No se puede entender que dado el número de parados que hay en la isla y el valor que puede tener esos cultivos como economía complementaria, estén esas tierras en esas condiciones de penuria y abandono. Es evidente que el modelo vigente de “todo turismo” nos genera otros problemas colaterales en una sociedad que se aleja del territorio en el que vive; necesitamos plantear alternativas a la situación social de Canarias.

Los caseríos continúan ocupados pero apenas vemos actividades agro-ganaderas que dinamicen y reactiven la economía local. Nuestro paisaje sufre un deterioro preocupante y, lo que es peor, después de 6 años de crisis observamos que el deterioro va a más, que los hinojos y las magarzas y la falta de podas, injertos, continúa lamentablemente avanzando en muchos casos en unos terrenos que siguen en manos de los descendientes del marquesado.

Este valle singular ha sufrido las mayores transformaciones de la historia de la isla de Tenerife en poco más de 50 años. La actividad primero de los regadíos y luego del turismo ha creado un emporio de prosperidad en una sociedad pobre y mísera. Ha llegado la hora de releer nuestra historia y nuestra cultura. El ayer no puede ser sinónimo de miseria y atraso: el ayer también nos ha legado unas almendras y unos higos de una calidad extraordinaria, biológicos y ecológicos, además de un paisaje bello y rico, y una cultura en armonía con su entorno.

Nuestra política económica tiene que buscar soluciones a estos problemas. Hay que priorizar y crear estímulos para los que limpien y cuiden las parcelas, sean minifundios, parcelarios dispersos o también latifundio. Hay que penalizar a los propietarios de tierras ocupadas de maleza, por crear riesgos de incendio y propagadoras de plagas que afectan las parcelas cercanas, con tasas, impuestos o incluso sanciones.

Otro modelo es posible, el turismo de las zonas demanda actividades complementarias, paisaje y cultura. Promocionemos los productos de la tierra, haciéndolos atractivos para los visitantes. Hay que pensar también en un mercado del agricultor y otras acciones de dignificación del paisaje y la cultura rural. La ruta del almendro en flor es un punto de partida muy válido para avanzar, y debe enriquecerse con repostería, restaurantes, etcétera, que asocien lo local, lo pequeño con los valores de nuestra sociedad actual.

*DOCTOR EN GEOGRAFÍA POR LA UNIVERSIDAD DE LA LAGUNA