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‘Alma llanera’ – Por Luis Ortega

   

En contadas ocasiones los topónimos, las efemérides de todo tipo y/o las creaciones, invenciones, excentricidades e infamias humanas se colaron en esta esquina de nombres y apellidos sin valerse de éstos. Ocurre a veces que la acción y el resultado sobrepasan a las gentes notables, singulares y del común que nos sirven de espejo y ejemplo, de sorpresa, repulsa o conjuro. Les aseguro que las escasa excepciones tuvieron buena justificación y la de hoy -el centenario del estreno del himno sentimental de Venezuela- marca una inflexión más positiva que la reflejada en las últimas columnas, basadas en la cruda actualidad de una tierra hermosa y amada. Releo un opúsculo -en octavo y de una treintena de páginas- que recuerda que el sábado, 19 de septiembre de 1914, en el Teatro Caracas -conocido como Coliseo de Veroes- la burguesía capitalina escuchó, por primera vez, y dentro de una zarzuela de igual título, el joropo Alma llanera, bandera de la música nacional y, acaso, el tema americano con mayor discografía. Con argumento y letra del periodista Rafael Bolívar Coronado -poeta de filiación modernista y picaresca biografía, fallecido a los cuarenta años en Europa- y música del chelista Pedro Elías Gutiérrez, director de la Banda Marcial durante cuatro décadas, fue montada por la compañía de Manolo Puértolas, con papeles destacados de “las tiples Matilde Rueda, Lola Arellano y Emilio Montes, los tenores Rafael Guinán y Jesús Izquierdo y folcloristas llaneros”.

El éxito del debut sirvió para que el general Juan Vicente Gómez -que ejerció una férrea dictadura desde 1908 hasta su muerte en 1935- concediera “una beca al escritor, natural de Cura, para ampliar su formación literaria en España”. Sin embargo, no volvió a los escenarios en su versión completa y, por decisión del compositor, el tema central se adaptó “para banda sinfónica y coro mixto”, y se incluyó en el concierto de fin de año de la agrupación castrense. Desde entonces, su belleza, colorido y alegría superaron todos los avatares políticos y culturales del país andino y conserva intactas su vitalidad y proyección. El maestro Gutiérrez también recibió propuestas para ampliar sus estudios en el exterior pero, “por razones familiares y patrióticas”, jamás abandonó Venezuela y gozó, en exclusiva y hasta su fallecimiento, mediado el siglo XX, del máximo reconocimiento y de los honores de una canción que, además de su extensión por toda América Latina, fue interpretada por prestigiosas orquestas, sinfónicas y ligeras, y los solistas más destacados de las últimas siete décadas.