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después del paréntesis >

Ébola – Por Domingo-Luis Hernández

   

Me lo contó mi hijo, que es un super experto en esos juegos de internet que a los de mi generación nos parecen infernales: fulanita de tal, norteamericana ella y lista, acaso diplomada en ingeniería informática, ha montado un revuelo considerable en las redes, esas por las que ellos se mueven y hablan con lugares insólitos del mundo en inglés por sus micro auriculares. La adusta inventó un ignominioso juego, y se movió. Buscó a los cinco críticos principales de las cinco revistas norteamericanas de más impacto en el sector, se los llevó a la cama por guapa y obtuvo respuestas fabulosas: fama y mucho dinero. Esa actitud tiene un nombre parecido a la prostitución, como ideó la proterva Marilyn Monroe para su labor. Pero el mundo ha cambiado y lo suyo prueba que lo eminente hoy es la distintición particular y el provecho. Así es que uno, aunque forme parte de esta especie decrépita, recuerda por ejemplo la actuación de los clásicos, desde los antiguos griegos a Shakespeare o a Cervantes. Lo suyo era hacer patente los valores insoslayables de los hombres. El drama, la tragedia y la novela se basaron en el rigor y la solvencia como ejemplos. Rearme ético, aducimos, porque la ética es quien nos salva. De manera que cuando vimos las imágenes por televisión se nos cayó el alma a los suelos. Un hombre negro y alto, acaso un eficaz guerrero de su tribu, salió al mercado de la ciudad de Monrovia, en Liberia, para atrapar lo que pudo para comer, porque se moría de hambre. A pesar de que tapaba su cuerpo con una larga camisa roja, no disimuló que se había fugado del hospital para tal labor y que era un enfermo del ébola, como la ficha que cargaba en su cuello indicaba. La desbandada fue general, porque todo ser viviente de este mundo teme el contagio como al demonio. Es decir, condenado por la enfermedad pero que no aceptaba dejar este mundo por hambre. Y es que el gobierno en cuestión no aporta alimentos a sus hospitales. Uno, pues, observa y repara. Observa a los que se toparon por el camino con ese hombre desesperado huir como prófugos, apurando el desamparo del excluido, del condenado, a expensas de que acudiera la policía muy bien protegida para detenerlo y devolverlo a la sala en la que previsiblemente morirá por el virus o por las penurias. Nadie se interesó por su estado, por el reparo de semejante desequilibrio, nadie se ofreció a salvar su quebranto. De donde en todas esas situaciones parece prevalecer lo que en verdad identifica a los seres de este mundo, no en lo que se basaron los clásicos dichos sino en fortalecer sus posiciones, por más depravadas que sean, la chica lista del juego, la Monroe o que los ricos sean más ricos y los pobres más pobres. Europa ocupó África y robó cuanto pudo de sus riquezas. Se retiró ufana a sus dominios y dejó a su albur países que ni siquiera se nombran, desde Etiopía y Somalia a Liberia. Países en los que la desproporción toma asiento, y la violencia, y la desgracia, y la penuria, y pestes infernales (como el ébola o el sida) que los diezman.
¿A quién afecta, entonces, la epidemia del ébola, a las más de 1500 personas que han desaparecido del planeta, a las que desaparecerán o a la siniestra moral de los que, teniendo medios para hacer desaparecer esa siniestra plaga, no mueven un dedo, ufanos en su abundancia, para atajar semejante desastre?