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De las estepas rusa a la Guerra de Ifni

   

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ANTONIO HERRERO ANDREU | Santa Cruz de Tenerife

Creo que en la historia del Ejército Español, muy pocos o ninguno tienen en su haber las condecoraciones y heridas del fallecido teniente general Mariano Gómez-Zamalloa y Quirce. Fue héroe de cuatro guerras; la de África, España, la II Guerra Mundial (en la División Azul) y la Guerra de Ifni/Sahara. En su cuerpo, fruto de dichos conflicto tenía diecinueve cicatrices por el impacto de varios trozos de metralla y, sobre su pecho, lucía la más alta condecoración militar, la Cruz Laureada de San Fernando.

Mariano Gómez-Zamalloa nació en La Coruña. Por vocación y tradición familiar ingresó en el Ejército, al igual que sus tres hermanos. A lo largo de su vida, a pesar de que su cuerpo estaba agujereado por la guerra, desde lo más hondo de su corazón decía: “El dolor y el amor, necesaria lección para el Ejército”.

En 1936, en su hoja de servicios ya constaba el “Valor Acreditado”, ganado a pulso en la historia como el “héroe del Pingarrón” por su labor durante la Guerra Civil. Fue reconocido por el general republicano Enrique Líster, que pese de pertenecer al bando contrario admiraba a Zamalloa. Dejó constancia de ello de la siguiente manera: “Zamalloa fue el héroe del Pingarrón, sin él otra cosa hubiera sido de aquella batalla y, en consecuencia, quién sabe de la Guerra”.

Era hombre de gran prestigio, decidido y de los que no se andan con rodeos. En todo momento se granjeó el cariño de sus soldados; se preocupaba en atenderlos en todos sus necesidades. Hay un hecho que a mi buen amigo José Galán Flores, entonces Cabo 1º del batallón “Argel” en Ifni, le sucedió en 1958 cuando estaba de comandante de la guardia en el Palacio del Gobernador de Ifni. Al llegar el general Zamalloa fue a darle las novedades y se puso un poco nervioso. El general le observó y le dio una palmada en la espalda. Le dijo: “tranquilo muchacho”, le preguntó si fumaba y sacó del bolsillo de su guerrera un puro y le invitó a fumarlo a su salud.
Le gustaba pisar el terreno con sus soldados y así, en la División Azul, fue condecorado con uno de los más altos reconocimientos, la “Cruz de Hierro”. No solo los soldados le admiraban sino que le tenían un cariño especial.

A su regreso de Rusia, siendo teniente coronel, le fue entregado el mando del batallón de Infantería del Ministerio del Ejército y fue el promotor de incorporar a la Banda de Música Militar la sección de gaitas gallegas. En 1958, en dicho batallón, yo servía a la patria y pude comprobar con mis propios ojos y oídos que aquellas gaitas junto a la banda, no solo dejaban unas notas musicales dulces, además daban colorido y prestancia.

Como coronel, Zamalloa, estuvo al mando del regimiento de la guardia del jefe del Estado y como general gobernador militar en Las Palmas de Gran Canaria, para, posteriormente, en junio del año 1957, ser nombrado general gobernador de los territorios de Ifni/Sahara, entonces designado como AOE (África Occidental Española).

Las lágrimas del general

En una entrevista realizada por el periodista Tico Medina en ABC, “yo soy muy llorón, pero me emociono cuando estoy con mis soldados y me lleno de alegría”, manifestó Zamalloa. De hecho, en la guerra de Ifni, cuentan allegados de su cuartel general que muchas noches las pasaba en su despacho, pendiente del desarrollo de los acontecimientos y que por sus mejillas le caían lágrimas de tristeza”.

Tuvo la gran suerte de estar rodeado de un magnífico plantel de subordinados en su Estado Mayor. Su ayudante de campo era el comandante Francisco Mena Díaz, que residió varios años en Tenerife; su jefe de Estado Mayor fue el teniente coronel Gerardo Mayoral Massot, y sus capitanes: José Antonio Gómez Zamalloa Menéndez (su hijo), Antonio Recio Filgueiras, Hipólito Fernández Palacios Núñez, Enrique Mallorga Mendoza y Xenón Quintana Ibáñez, que fueron los encargados de llevar las operaciones, consiguiendo que no hubiese una sangría de abajas, que, aunque la hubo, se evitaron muchas más.

Cuando el general Zamalloa llegó a Sidi Ifni para tomar posesión del Gobierno General, lo primero que hizo, como era un creyente y practicante, fue dirigirse a la iglesia, donde oró unos minutos y, a continuación, se trasladó a la Emisora Radio “Ifni”, desde cuyos micrófonos se dirigió a la población civil, dándoles confianza y ánimos, además, les incitó a seguir trabajando y perder el miedo, que hasta la fecha imperaba allí.

El general tenía fama de ser duro, pero mi buen amigo, el teniente, piloto de los Junkers en la Campaña, y, posteriormente, comandante de Iberia, Manuel Ugarte y Riu, afirmó que le transportó en varias ocasiones por el interior del territorio y así hizo referencia a ello: “guardo del general Zamalloa un recuerdo imborrable, de su trato humano y campechano, así como cariñoso, si bien tenía fama de duro, lo era fundamentalmente con sus superiores, defendiendo a ultranza a sus subordinados”.
Fue el artífice de la colaboración con los franceses, de hecho, se reunió en Villa Cisneros con el General Charles Bourgound, alto comisario del Marruecos francés, donde se fijaron las bases para la colaboración entre ambos ejércitos y la eliminación de las bandas rebeldes del norte de África.

De forma que expresaba con claridad en sus planteamientos, cuentan que, en una reunión en El Pardo con el Consejo Nacional de Defensa, exigió material y medios para sus soldados en Ifni, solicitud a la que algunos ministros se posicionaron en contra. Con su energía hizo valer la realidad y el propio general Franco le dijo: “Cállate Mariano”.

Decía sin tapujos lo que pensaba y nada pedía para él, solo para sus soldados. El dolor lo llevó en su vida, perdió a su esposa cuando sus hijos eran pequeños y a su hijo Gonzalo, sacerdote agustino.

Su franqueza queda reflejada por un periodista del ABC: “En unos dos meses me extrajeron de la pierna dos buenos trozos de metralla, si yo hubiese sido como otros que hicieron la guerra detrás de una mesa, hoy, personas de prestigio, llenos de honores, no me pasarían estas cosas, pero me siento orgulloso”, manifestó el general.