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Manipulación – Por Leopoldo Fernández

   

Ninguna manifestación es, por sí sola, generadora de derechos políticos, sociales, económicos o de cualquier tipo. La multitudinaria concentración de Barcelona con ocasión de la Diada o fiesta oficial de Cataluña no es sino la expresión de un sentimiento, un afecto hacia lo propio y característico de esa comunidad, un legítimo deseo de exteriorizar las señas de identidad. Lo malo es cuando ese gesto no acaba ahí sino que es convertido, por intereses políticos espurios, en una clamorosa falsificación histórica, en un afán de atacar a otro y culparlo de males y desgracias en los que no tiene arte ni parte. Los dirigentes nacionalistas catalanes han hecho del 11 de septiembre una fecha casi exclusiva para dirigir su pim pam pum dialéctico y de movilización contra España. No importa retorcer la historia y manipular los acontecimientos con tal de vender un independentismo de corte fascistoide en sus formas y expresiones, uniformador, excluyente, de talante ultramontano, dirigido exclusivamente no para servir a los ciudadanos, sino, además, para uso, abuso y disfrute irregular del poder. Convertir una guerra de sucesión en la España de comienzos del siglo XVIII, en la que participaron catalanes, españoles y ciudadanos de varios países europeos, en una contienda entre España y Cataluña es una barbaridad que cualquier conocedor de la historia desmonta en cuestión de segundos. Pero eso en Cataluña constituye casi un delito que atenta contra el nacionalismo más radical e intransigente, que en estos momentos es el políticamente asentado en los centros de poder. En esa lucha partidaria ganó el Borbón Felipe V, ante el que hubo de rendirse Barcelona, que se alineó con los partidarios del archiduque Carlos, de la Casa de los Austria, el 11 de septiembre de 1714. A partir de ahí se crea el mito, la tergiversación, la mentira. Es cierto que con la llegada del monarca de la dinastía borbónica desaparecieron la mayoría de las instituciones catalanas. Pero todas ellas, y otras de nueva creación, llegaron al Principado de la mano de otro rey Borbón, don Juan Carlos I, gracias a la Constitución de 1978, que por cierto redactaron, entre otros, varios ponentes catalanes de diferentes partidos. Hoy Cataluña disfruta de un grado de autonomía como no tuvo nunca en su historia, pero eso los dirigentes independentistas catalanes prefieren ignorarlo, de la misma manera que tratan de saltarse la legalidad vigente, la cual impide la celebración de un referéndum soberanista o autodeterminista o independentista, como se prefiera. Para que la voluntad popular sea legal, debe expresarse a través de los mecanismos e instituciones previamente establecidos. En Cataluña no se quiere hacer así, y de ahí viene el problema.