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Periodistas y canallas – Por María Fresno

   

La primera vez que entré en la redacción de un periódico fue en mi época de estudiante; en el sanctasanctórum de todo periodista: El País. Su redacción, abarrotada de gente yendo de aquí para allá, con los teléfonos que no paraban de sonar, los teclados de los ordenadores a 1.000 y el ruido de fondo de alguna que otra máquina de escribir, me llevó de inmediato a la redacción del Tribune de Los Ángeles, el centro de actividad de la serie Lou Grant. De hecho, creo que en el fondo esperaba que Ed Asner [nombre del actor] saliera de su despacho gritando llamando a algún periodista. En ese momento supe que no me había equivocado al estudiar periodismo, que todo aquello que me apasionaba de la serie podía hacerse real. Sentía que los periodistas, contando las cosas, podíamos cambiar el mundo, o al menos, intentarlo. Evidentemente era joven y al fin y al cabo, todos [los periodistas] quisimos ser un poco Lou Grant. La realidad es bien distinta. El periodismo es una profesión mal pagada, donde se trabajan muchas horas y donde no caben los planes. Un funcionario o ingeniero deja de serlo cuando sale del despacho. Los periodistas somos periodistas las 24 horas del día, estemos donde estemos. Pero, aun así, nos apasiona lo que hacemos. La maldita crisis económica nos ha tocado de lleno, destruyendo miles de empleos y dejando en la calle a magníficos profesionales. Las nuevas tecnologías también han contribuido a este desastre. Pero lo peor no ha sido esto. Lo realmente dramático es que la crisis ha dañado a la profesión con una enfermedad degenerativa que se llama complacencia. El miedo por conservar nuestro puesto de trabajo (porque también los periodistas tenemos familias) nos ha puesto límites a la curiosidad y vanidad que vienen en el ADN del periodista. Dijo hace poco Ramón Lobo: “Hemos dejado de ser canallas”. Y no le falta razón. El periodista ha dejado de ser incómodo para políticos y empresarios para convertirse en colega. Y es que las fuentes periodísticas no son los amigos, estas se ganan con la confianza y la credibilidad, las mejores armas de un periodista. La profesión no está en riesgo por la aparición de las redes sociales, ni por la venta de las empresas periodísticas al poder político. Esta es la excusa para ocultar la verdadera razón de nuestra enfermedad: la pérdida de credibilidad. Podremos escribir mejor o peor, pero si la gente no nos cree y las personas sobre las que escribimos tienden a pensar que estamos a sus órdenes, habremos fracasado porque escribiremos con miedo, el mayor defecto periodístico.

@MariaFresno72