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Adolfo Bioy Casares – Por Luis Ortega

   

Hijo único de una familia patricia de la Recoleta, barrio en el que nació, vivió y está enterrado, publicó Iris y Margarita con once años y, tras un voluntario y ruidoso fracaso en los estudios universitarios, las rentas paternas le permitieron dedicarse en exclusividad a la literatura. Antes de la treintena había publicado ocho libros -de los que, más tarde, se arrepintió y no consintió reediciones-, tenía cierto prestigio como autor y amistades ilustres como Borges -con quien formó un tándem memorable- y Victoria Ocampo, anfitriona de artistas e intelectuales, con cuya hermana menor, novelista y pintora, se casó; los tres (Jorge Luis, y los esposos Silvina y Adolfo) alumbraron dos antologías de poesía y realismo mágico capitales para la cultura nacional. Bioy Casares (1914-1999) obtuvo su primer gran éxito en 1940, La invención de Morel, sobrecogedora historia de anticipación que para su prologuista -Borges, naturalmente- fue “el comienzo de un género inédito en castellano”. Fruto de la colaboración leal de los dos genios, fueron series narrativas inquietantes (Un modelo para la muerte y Dos fantasías memorables, Seis problemas para don Isidro Parodi), colecciones de cuentos “breves y extraordinarios”, guiones cinematográficos (Invasión y Los orilleros) y las traducciones de novelas policíacas anglosajonas dentro de la colección El séptimo círculo, que se exportó a todo el mundo hispano. Además de su héroe o antihéroe Morel -un personaje incluido con plenos poderes en las letras contemporáneas- y de la pasmosa descripción del paso del tiempo en el memorialista, de las desabridas y humoradas sensaciones ante el implacable calendario, redactó una docena de obras decisivas en el imaginario universal: Plan de evasión, El perjurio de la nieve, La trama celeste, Memoria sobre la pampa y los gauchos. Como en tantos casos, padeció la injusticia venal del Nobel, cuya entrega discurre por el riel políticamente correcto, y fue galardonado con el Premio Cervantes, en 1990, entre Roa Bastos y Francisco Ayala. No alcanzó a ver el siglo XXI y su última década transcurrió entre sucesos lamentables: la enfermedad y muerte de su esposa a consecuencia del alzhéimer, la de su hija Marta, atropellada por un autobús y, como remate, su doble fractura de cadera que le acarreó la inmovilidad y el cambio de carácter. En este otoño, Argentina recuerda a un hijo cabal, “antiperonista, con formación, gustos y modales europeos pero, porteño medular”, como Dios manda.