Resulta asombroso cómo nos adaptamos resignadamente a las peores situaciones. Para quienes viven en el Norte de Tenerife ir a trabajar todos los dÃas constituye una tortura tantálica. Hay gente que se levanta horas antes de que empiece su trabajo para evitar el tráfico y termina durmiendo luego en su coche, ya en la capital, hasta la hora de entrada. Entre el Puerto de la Cruz (por escoger un sitio) y Santa Cruz hay unos 40 kilómetros. Y cada dÃa miles de vehÃculos recorren en ambos sentidos una vÃa incapaz de absorber el tráfico que soporta en horas puntas. Más de cien mil vehÃculos pasan al dÃa por el Padre Anchieta que es uno de los puntos viarios más saturados de Europa junto con la rotonda de Las Chumberas. La entrada a La Laguna mezcla un intenso tráfico de peatones en la zona universitaria con vehÃculos que intentan acceder a La Laguna. Y colapsa una autopista que ya es, en realidad, casi una vÃa urbana. Los cincuenta mil vehÃculos diarios que gestiona en cada sentido son incapaces de fluir en los momentos de máxima densidad de tráfico. La gente va defensa con defensa. Y cuando llueve o hay un accidente, las colas se eternizan. Es infame, sobre todo porque no existe alternativa a esta condena. Tenemos un parque de vehÃculos cercano a los seiscientos mil, triplicando la media peninsular. Y nuestras carreteras, sencillamente, no están a la altura de un lugar donde no existe ningún transporte público opcional. Cada dÃa soportamos las colas de vivir en una gran capital europea, pero no lo somos. Ni tenemos trenes o metros. Sólo tenemos la inmensa capacidad de aguantar por el lomo resignadamente. Un dÃa tras otro.