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El desencanto – Por Francisco Pomares

   

Después de tres años de fuegos de artificio, algarabía multitudinaria y expectativas desatadas, Mas ha tenido que acudir con las rebajas y presentar su sucedáneo de consulta, un quiero y no puedo recibido con un suspiro por el Estado y un bufido por sus socios. Tras sólo un par de días de malas caras en el Consell, las cosas han cambiado para siempre: en Cataluña no hay ya sólo dos sociedades mitológicas y enfrentadas, la que quiere abrirse a la independencia y la que se opone a hacerlo.
Eso se acabó. Entre los ilusionados y los miedosos se instalan los compradores de saldos: después de la ruptura del consenso en torno al proceso secesionista, surge de nuevo la vieja política de siempre, la del ‘quítate tú pa’ ponerme yo’ y el ‘quiero ser califa en lugar del califa’, enterrada estos últimos meses bajo capas y capas de alborozo y fascinación ante un futuro amanecer donde todo iba a ser mejor: más libertad, más democracia, más bienestar, más pasta. Mucho Mas. Mas de todo, vaya usted a saber por qué.

Ahora el futuro ilusorio se ha parado en seco, y Mas vuelve a ser el hereu trapisondista de Pujol y la sagrada familia, y Ezquerrra vuelve a ser la Ezquerra taimada y comecuras de los viejos tiempos. Vaya discurso: de repente lo importante ya no es avanzar hacia la independencia que era inevitable sino decidir quién será el candidato en las plesbicitarias.

Frente a la ilusión de centenares de miles de catalanes y el rechazo silencioso de otros centenares de miles, se levanta la más vieja de las verdades: el futuro ya no es propiedad de las masas que se enlazaron en la mayor cadena humana de la historia de España e hicieron la ‘V’ de la victoria en las calles de Barcelona.
El futuro vuelve a ser de esos capitanes de partido tan preocupados por la patria y por quien ha de gobernarla, y que se tiran ahora a la cara sus mutuas culpas en el desahucio del imaginario colectivo.

Ahora llega el gran desencanto, mientras algún imbécil de Madrid se frota las manos. Ahora, lo importante antes resulta accesorio y lo accesorio se torna vital: es vital dejar claro que el Estado no es ‘el enemigo’ sino ‘el adversario’, por ejemplo, no vaya a ser que al final de la fiesta haya que entenderse con el de al lado, porque resulta que esa es la tradición catalana de los mas y los Mas, aunque el honorable haya coqueteado con el vértigo hasta que el vértigo acabó por tumbarlo.
Le queda el consuelo de jugar todavía unos meses a la independencia en versión playmobil y urnas de cartón, para ir pasando el rato hasta que el aire se consuma. Los más listos de CiU están ya en otra cosa, que es intentar vender de nuevo a los votantes una Convergencia rota y engolfada. Lo tienen crudo.