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Giuseppe Moscati – Por Luis Ortega

   

Al pie del Vesubio, conocí la historia del médico santo, cuya fama e imagen comparte altar con Maradona y el cómico Totó en tratorias y bazares napolitanos. Leí una biografía de Giuseppe Moscati (1880-1927), catedrático de Anatomía Patológica, investigador de biología y procesos infecciosos, que se volcó también en la formación de “profesionales de nuevo estilo” y en la atención de los internos del Hospital de Incurables y Pobres. Probó su competencia y capacidad de riesgo durante la erupción de 1906, el brote de cólera que diezmó la población cinco años después, y la Gran Guerra, durante la cual organizó un centro por el que pasaron miles de heridos. Como adenda se unió la lista de sus trabajos y ensayos con sus opiniones personales sobre “la fe, la ciencia y sus rumbos actuales”.

El interés objetivo del relato me llevó a la iglesia Gèsu Novo, donde está su sepulcro, siempre adornado con flores frescas, y a la salida, tras el recorrido con un guía ocasional, adquirí un opúsculo sobre el doctor beatificado por Pablo VI en 1975; me regalaron, además, una estampa que anunciaba su canonización el 25 de octubre de 1987, víspera de mi regreso a España tras una larga vacación. Una película dominical -L’amore che guarisce (2007), escrita y dirigida por Giacomo Campiotti, con Giuseppe Fiorello, Ettore Bassi y Carmine Borrino en los primeros papeles- movió la evocación de una jornada de santos, mitos y apasionados meridionales en Roma, gozo general para viajeros y “peligro de caminantes” para Alberti. Desde primeras horas de la mañana, la alegría sureña se dejó sentir por los espacios públicos de la Santa Sede y, según los medios, jamás la Plaza de San Pedro tuvo “fieles tan fervientes y ruidosos” a los que el Papa Wojtyla halagó los oídos con grandes elogios hacia el paisano que ascendía a los altares: “Fue ante todo y sobre todo el médico que cura, que responde a las necesidades de los hombres con la calidez del amor; se anticipó y fue protagonista de la humanización de la medicina que hoy resulta condición imprescindible para una renovada atención y asistencia al que sufre”. Animados por la efeméride los tifosi completaron la tarde animando a su equipo que, en el Estadio Olímpico, donde se enfrentó a la Roma en un bronco partido, durante el cual, sin reparo, invocaron al nuevo santo para que, igual que obró curaciones prodigiosas por talento y constancia, llevara al once del Pelusa a un triunfo en la Liga. Aquel día -han pasado ya veintisiete años- empataron a dos, pese a jugar con nueve por dos expulsiones y, al final de temporada, alcanzaron el subcampeonato.