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Peaje de vuelta – Ylka Tapia

   

“Uf, menos mal”, comentó aliviado un lector en la noticia sobre el positivo en malaria del enfermero de la Cruz Roja, ingresado desde el pasado jueves en el Hospital Universitario Nuestra Señora de Candelaria. “No deberían dejarlos volver a Canarias si trataron a pacientes con ébola”, decía otro, de los menos agresivos, antes de conocer los primeros resultados. Si me permiten la expresión, dardos envenenados dirigidos a personas que ponen su vida en riesgo para ayudar a los demás. Porque sí existen los héroes: lo son aquellos que asisten a las víctimas de conflictos armados o de pandemias olvidadas hasta que nos ‘salpican’.

¿Tan podrido está Occidente? Parafraseando a Pepe Naranjo, periodista independiente en África, es más peligroso el miedo que los virus. Y el miedo hace sobresalir a los individuos sin escrúpulos capaces de prender hasta a la solidaridad. Es indignante que se atrevan a juzgar a la ligera la labor de ONG tales como Médicos Sin Fronteras, Cruz Roja e incluso de los misioneros. Respecto a estos últimos, poco importa si pertenecen a una orden religiosa, cargan sobre sus hombros el peso de un sufrimiento que parece no tener fin. Porque ‘el fin’ llegará cuando la comunidad internacional y, por extensión, la industria farmacéutica -esa que tiene voz en las tribunas de encuentros sociosanitarios para denunciar su pérdida de negocio por el tráfico ilegal-, considere rentable destinar recursos y medicamentos, a pesar de su alto coste, al mal llamado ‘tercer mundo’; porque, seamos honestos, el primero, aparte de la fiebre consumista, agoniza en moralidad, así que sería más propio definirlo como lo que es: naciones de tercera.

¿Acaso hay que pagar un peaje para volver a tu hogar, con tu familia? ¿Que te estigmaticen por atender a enfermos en Sierra Leona? Aún recuerdo cuando, siendo una púber, conocí a unos misioneros destinados en Latinoamérica que visitaron la Isla para compartir su experiencia: sentí una profunda admiración por su trabajo. Llegué a creer que también podría ser mi camino (sin necesariamente ser creyente), pero la vida me llevó por otro: el del periodismo. Una profesión necesaria gracias a la labor de compañeros comprometidos con la sociedad. Del resto, de los agitadores, no puedo decir lo mismo.

@malalua