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Relatos muy salvajes – Por Saray Encinoso

   

Dejarse llevar y perder el control. Puede ocurrir cuando te ves obligado a pagar una multa por una infracción que nunca cometiste, al encontrarte con un conductor desesperante y violento en una eterna carretera que parece ir a ninguna parte o cuando te enteras, en medio de la celebración de tu propia boda, de que el que se acaba de convertir en tu marido ha tenido una aventura con una de las invitadas. El estado de cordura en el que vivimos es muy frágil: la burocracia, el azar o una indiscreción en el momento más inoportuno pueden ser del detonante para que se desate el caos. La coincidencia o la repetición pueden ser suficientes para que un ingeniero que habitualmente trabaja con explosivos coloque uno en el garaje de una empresa de grúas, para que un hombre de clase alta se convierta en un loco capaz de matar al conductor de delante o para que una mujer enamorada se transforme en la persona más violenta del salón de baile. La serenidad es una costumbre poco valorada. ¿Cómo logramos mantener las distancias y no caer en la desesperación? ¿Por qué huimos del desorden y a la vez nos sentimos identificados con todas estas personas?

De todo eso nos habla Relatos Salvajes, la película de Damián Szifron que acaba de estrenarse en los cines españoles y que ya es la más taquillera de Argentina. A lo largo de 115 minutos se desarrollan seis historias sin conexión en las que los protagonistas llegan al límite y sacan la bestia que llevan dentro. Administrar la mala leche es una tarea cotidiana; el día que desistimos de ese empeño puede ocurrir cualquier cosa. Sobre todo en países donde la corrupción parece un modelo de vida -es el caso de Argentina y en menor medida de España- y donde las diferencias de clases mantienen una tensión constante, un equilibrio endeble. En una época en la que casi todo el mundo se pregunta por qué la sociedad no ha estallado, estas historias nos recuerdan lo fácil que es pasar de la civilización a la barbarie, sobre todo cuando lo que está en juego es la dignidad.

“La sociedad no va a cambiar y tú no vas a cambiar”, le dice la mujer del ingeniero a su marido, un magistral Ricardo Darín que a pesar de su vida -está felizmente casado, tiene una hija y un trabajo más que decente- no soporta las perversiones de un estado creado para desamparar al ciudadano. Un día se da cuenta, sin decirlo, de que esa frase que hemos creído siempre no sirve más. Ha llegado el momento de estallar y que todo se vaya “al carajo”. ¿Nos llegará a todos ese momento?

@sarayencinoso