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Estoy harto – Por Andrés Aberasturi

   

Cuando entonces, cuando el PSOE vestía pana y reclamaba la nacionalización del sector energético y predicaba que a la OTAN “de entrada no”, el fax era el último grito, los telegramas azules estaban a la orden del día y lo más global que había era el Domund. El mundo -y España- han cambiado de una forma vertiginosa desde entonces: la caída del muro de Berlín y lo que supuso, el auge de  las nuevas tecnologías, los países emergentes, la nueva Unión Europea, la crisis y un largo etc. han hecho verdad palpable lo que McLuhan sólo esbozó caso como una profecía lejana en la famosa idea de la aldea global a la que se sumaron otras metáforas como lo del efecto mariposa o la vieja y conocida teoría del dominó. Y si el mundo ha cambiado radicalmente habría que empezar a diferencias entre lo que queremos y lo que podemos. Quien esto escribe hace años que escandalizó a un buen amigo contertulio y empresario pidiendo la nacionalización si no de la banca, si de algún banco que atendiera las necesidades que las entidades financieras rechazaban. También defendí la necesidad de controlar más eficazmente sectores básicos como el energético. He clamado contra las herencias de rentistas improductivos -que no de todo los ricos por el hecho de serlo siempre que generen puestos de trabajo- y podría seguir contando aquí mis -seguramente- contradicciones que me han puesto siempre en contra a los liberales pero también a los socialistas cerriles y anquilosados sin ninguna visión de futuro. Y digo todo esto porque ya me harta un poco que unos cuantos teóricos de las aulas me vengan a enseñar el camino del bien con recetas tan maravillosas como inviables y sus seguidores me coloquen dentro de “la casta” por seguir creyendo que el “papelito” de la Constitución que tanto costó redactar y consensuar es hoy carne de hoguera como lo somos todos los “viejos” tan sólo por el hecho de serlo, por el hecho de haber contribuido con entusiasmo a que España fuera, de una vez, una democracia. A mí ya lecciones, las justas y descalificaciones generacionales, ninguna. A mi edad -y escribo esta columna en primera persona- no me sirven ni los titulares ni los eslóganes, ni los tópicos ni las demagogias populistas sin ninguna base ni las promesas imposibles de cumplir. Lo mismo que, a mi edad, me repugna la corrupción nuestra de cada día, la conversión de los partidos que iban a transformar la sociedad en groseras empresas de poder que sólo engendran votos, controlan los pilares en los que se basa la democracia y se suceden a sí mismos para perpetuarse en el sillón. Se ponen de acuerdo en lo más opaco que les beneficia pero son incapaces de consensuar un sistema de educación o una sanidad con derecho a futuro.Estoy tan harto de líderes carismáticos que descubren de pronto la penicilina como de antilíderes que con la excusa de manejar los tiempos lo que haces es perderlo miserablemente. Estoy harto de los obsesos a los que la buena voluntad les ciega y ni se enteraron de la tormenta que ya estaba cayendo. Estoy harto de los que hablan y no explican porque tal vez ni saben lo que quieren. Estoy harto no de la política sino de estos políticos y de los que se presentan reclamando destruirlo todo sin que sepamos que van a poner en su lugar. Estoy harto de esta política de todo a cien que se escribe en 140 caracteres o ni se escribe. Y como yo, creo que hay mucho ciudadano, que no gente, como bien distinguía en una columna Rafael Torres: “La suma de los ciudadanos da la democracia, la de los súbditos, el reino, y la de la gente, el gentío”. Nunca me he considerado súbdito, no quiero ser gentío pero nadie ya me da la oportunidad ser ciudadano.