La última vez que me llevaron a Andorra, estuve en un magnÃfico spa, que tenÃa salida al exterior, de tal manera que caminabas por un cauce de agua caliente, cobijado, y, de pronto, te encontrabas bajo la nieve que caÃa del cielo, esos complejos que crea la sociedad capitalista para fomentar los placeres del ocio. Pero la primera vez que oà hablar de Andorra yo era un crÃo, y fue en una ocasión extraordinaria: mi madre y dos amigas suyas se convirtieron en contrabandistas. Bueno, quizás sea exagerada esa denominación, pero sà es cierto que organizaron un viaje para comprar una vajilla de duralex. VivÃamos en la dictadura autárquica y las importaciones eran muy restringidas, asà que para hacerse con el duralex habÃa que viajar a Andorra. Aquella vajilla pasó de novedad excitante a vulgaridad prescindible, pero dejó en mà ese misterio que parecÃa rodear lo andorrano.
En posteriores visitas me pareció un lugar agradable, y lo que hoy me llama la atención es la fascinación que Andorra parece ejercer sobre los secesionistas catalanes. En principio pensé que esos viajes tan frecuentes de los independentistas serÃan para estudiar sobre el terreno las formas administrativas del pequeño estado, pero parece que están relacionadas con el dinero. Los abuelos y los padres nacionalistas se muestran proclives a dejar las herencias en Andorra; los hijos cargan sacos de basura llenos de billetes de 500 euros, y, últimamente, hasta una miembro del Poder Judicial ha debido dimitir por llevar una cantidad excesiva de dinero. Andorra viene a ser algo asà como la Meca del nacionalista, y parece que un independentista de provecho tiene que ir alguna vez en su vida. Lo que no acabo de entender es que los peregrinajes son siempre por motivos espirituales o idealistas, y aquà van acompañados de un puñado, o varios, de euros.