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Garabatos entre padres e hijos: la felicidad – Por Andrés Expósito

   

Una de las esencias primigenias y costumbristas de los problemas entre los padres y los hijos es que los primeros quieren y pretenden que los segundos sean felices. Vamos, que todo padre, fehaciente en su estado y concepto, intenta proyectar y promover posibilidades para que sus seres menudos y queridos alcancen y se regodeen en la mayor cantidad de felicidad posible, tanto presente como futura. Ante ello, o por ello, el error no existe. Ningún padre puede quedar desahuciado o abolido de dicha conducta o pretensión. Nada produce y agita tanta energía en el universo como la desprendida y agitada entre padres e hijos.

La felicidad es un concepto complejo, amplio e indescriptible. Se asienta y enraíza en cada individuo de manera propia y agradable, pero es extraña y grotesco en múltiples casos para quien observa y presta conocimiento de ella desde afuera, desde esa balconada vigilante, altiva pero alejada, no vinculante ni experimentada. La felicidad aturde y manipula a cada ser humano en condiciones, características, premisas y afables diagnósticos, que irritan y se ocupan como irrisorios para otros seres humanos. Lo que nos bloquea y confunde es creer que nuestra felicidad, nuestro confeccionado y enhebrado petulante mundo, no procura la misma necesidad y satisfacción para otros. Los padres sostenemos entre ambas manos cartas marcadas que creemos son la felicidad de nuestros hijos, contenemos la mirada y contenemos, al tiempo, el recorrido puntual y fidedigno para alcanzarla. Correcto, perfecto, exacto, infalible, responsable, real, acertado, cabal, esas son las cartas marcadas, lo indican en las esquinas curvas que dan forma a cada una de las mismas que componen la baraja con la que jugamos con nuestros hijos, siendo además, esas, parte de las reglas que componen el propio juego.

Pero… ¿Por qué jugamos con nuestra baraja, que solo son cartas marcadas y gastadas por el tiempo? ¿Por qué las figuras y acontecimientos que esbozan las cartas solo alzan y acartonan el recorrido de nuestra experiencia?

Quizás, como padres, en el intento respetable y honorable de pretender y encauzar e inducirlos a caminos y proyectos y conductas para que sean felices, debamos a ratitos dejar que simplemente lo sean, lanzar junto a ellos las cartas marcadas, y queden así libres de las reglas y los márgenes, dispersas por toda la habitación, liberadas, desordenadas, atisbadas y atendidas por la sonrisa aniñada del padre, y el gozo sorpresivo y esplendoroso del niño, y así, sujetarnos a su imaginación incontrolada, desafiante e instantánea, que hemos olvidado con el transcurso del tiempo, y que, ineludiblemente nos producirá vértigo y desazón, pero que sin duda, alcanzaremos a reconocer, antes o después, porque también fue nuestra felicidad.

El balón surca el pasillo, alborota y desconcierta los cuadros, y el espejo, aturdido y atemorizado, desinforma del reflejo obtenido debido al maremoto incontrolado de un gol que ha trazado la posibilidad del infortunio y la tragedia de acabar en innumerables añicos, mientras el jarrón vigoroso y regio también se traspone del golpe sufrido.

*Escritor