X
nota bene >

Recordando el horror – Por Fran Domínguez

   

Hace unos años, concretamente en 2006, tuve la ocasión de entrevistar a uno de los supervivientes españoles del campo de concentración de Mauthausen-Gusen, ya fallecido según me pude enterar por la prensa. Se llamaba José Egea Pujante, natural de Murcia pero catalán de adopción, que había llegado allí con apenas 20 años, con un grupo de prisioneros republicanos entre los que estaba su propio padre, tras su tortuosa salida de España en los momentos finales de la Guerra Civil, su paso por el campo de refugiados galo de Argelés Sur-Mer y por la XI Compañía de Trabajadores Extranjeros en la incipiente Segunda Guerra Mundial. En la entrevista, José Egea Pujante, a quienes los guardianes germanos le otorgaron el número 5.894 como prisionero, narró con pelos y señales el horror de ese infierno, el mismo que se vivió en otros campos de exterminio nazi similares, cuyos nombres vuelven a sonar estos días bien por la literatura, con en libro El impostor, de Javier Cercas, que cuenta el engaño del ahora nonagenario sindicalista Enric Marco, expresidente de la asociación Amical de Mauthausen, quien nunca estuvo en la ignominiosa instalación ubicada en la Alta Austria; o bien por el 70 aniversario de la liberación del complejo de Auschwitz-Birkenau, que se celebró esta misma semana (Mauthausen-Gusen, en el que estuvieron 2.000 compatriotas, conmemorará sus 70 años el próximo 5 de mayo). Todos esos campos de la vergüenza tenían en común la sinrazón humana, la misma que llevaron a los yihadistas que atentaron contra Charlie Hebdo o contra el supermercado judío en París de días atrás, la misma que hoy sigue imperando a sus anchas en muchos lugares del mundo. Mauthausen y Auschwitz, como Treblinka y Dachau, son nombres asociados al terror genocida, a la más abyecta anomalía cerebral, pero cuyo recuerdo debemos mantener a pesar de que solo pensarlo estremece. José Egea Pujante se preguntaba por qué el hombre todavía es capaz de seguir cometiendo las mismas atrocidades. Una cuestión difícil de contestar. Pero me quedo con una de las frases que dijo y con la que concluí el reportaje publicado en este mismo diario: “Olvidar no es posible, perdonar sí. Aunque pasan los años el tiempo no mata todo. Espero que nunca jamás se repita un Mauthausen en la historia. Nunca jamás”.