No hay justificación – Juan Manuel Bethencourt
Te imagino, querido Juan, muy atareado en estos dÃas posteriores a la masacre en la Redacción de la revista satÃrica parisina Charlie Hebdo. Se trata, qué duda cabe, de un ataque contra la libertad de expresión, pero por encima de todo se trata de un ataque contra las libertades en sentido extenso, la clase de convivencia que millones de ciudadanos aspiramos a compartir en esta Europa nuestra. Nunca he prestado demasiada atención a estas viñetas irónicas, ya fueran las del semanario francés o las de aquel periódico danés que se puso hace años en el punto de mira de la violencia fundamentalista. Me parecÃan, lo digo con franqueza, humor de brocha gorda. Eso sÃ, los viñetistas de Charlie Hebdo, varios de ellos asesinados el miércoles pasado, merecen el reconocimiento derivado de su coraje, porque eran, y son, unos valientes. En tiempos propicios para la autocensura, reacción defensiva más peligrosa que la censura misma, los hay capaces de rebelarse contra las amenazas de toda Ãndole, sean de cariz económico o, como en este caso, el temor a la muerte misma a manos de unos desalmados. Por eso es preciso afirmar que no es posible buscar ni hallar justificaciones a este salvaje tiroteo. Es necesario que no nos andemos con medias tintas, pues somos dados a buscar justificaciones, lo que se traduce en algo que ya hemos conocido en España por la funesta experiencia de ETA: convertir al verdugo en vÃctima (vÃa provocación previa) y, por tanto, culpabilizar al asesinado, que es una de las conductas más deleznables que puedan perpetrarse. Los criminales del fanatismo islamista matan a dibujantes atrevidos, pero también a personas anónimas que sólo comparten un vagón de metro. Lo hacen porque su propuesta es el caos, la violencia en estado puro, el odio infinito y la guerra perpetua. Lo peor de todo es que este cÃrculo vicioso alimenta a su vez otra clase de extremismos. No dejo de pensar en los beneficiarios polÃticos de este crimen. Y no me gusta lo que pienso.
La risa y el terror – Juan Cruz
Estamos en un mundo atormentado por el terror, y esta vez le ha tocado, querido Juan Manuel, a la risa torcer el músculo sagrado de la vida. Entre los derechos humanos que no se citan en papel alguno, porque es obvio, está el de la risa; por supuesto que la risa es materia esencial del espÃritu, del buen espÃritu; para desatarla hacen falta pasión y gracia, capacidad de mirada, y que ésta (como dice el maestro Juan Cueto) sea una mirada distraÃda, que sea capaz de juntar risa y olvido, sarcasmo y capacidad de crÃtica. Lo que ha sucedido con Charlie Hebdo y sus lÃderes humorÃsticos es un ataque a la libertad humana, que comprende la libertad de risa, y por tanto la libertad de expresión. Las pistolas no harán sucumbir a Voltaire, ni a Lorca; perviven siempre en el mundo los poetas y los pensadores, los artistas, los inventores, aquellos que se enfrentaron al fanatismo y fueron vÃctimas del rencor animado por el odio de las religiones y otros fundamentalismos. Lo que ha sucedido en Francia sucedió aquÃ, y sigue sucediendo: siempre que el terror amenaza a los hombres está Lorca muriendo, o está Giordano Bruno en la hoguera, o están Primo Levi o Jorge Semprún penando en un campo de concentración. Somos partisanos de la vida y de la risa, partidarios de la felicidad, como aquellos poetas de la generación del 50. Partidarios de la felicidad de vivir, en contra del terror, a favor de la risa y del pensamiento, del sarcasmo y de la duda. Contra los fanáticos.