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La cueva de Bencomo: de monumento histórico a triste corral de cabras – Por Agustín M. González

   

Casi treinta años años después de su declaración como Monumento Histórico-Artístico y Bien de Interés Cultural (BIC) por parte del Gobierno de Canarias, la que fuera
-según la tradición- morada de Bencomo, legendario mencey de Taoro, sufre un absoluto y vergonzoso abandono institucional. A pesar de esa rimbombante declaración oficial -que se extiende incluso hasta la consideración de la cueva reseñada como Patrimonio Histórico de España-, y a pesar también del larguísimo tiempo transcurrido, la cueva guanche existente en el barranco del Pino, justo en la frontera entre los términos municipales de La Orotava y Santa Úrsula -enfrente mismo del famoso mirador de Humboldt, para más señas-, permanece olvidada, desprotegida y hasta mancillada por las autoridades, pues desde hace décadas es utilizada como un corral de cabras por ganaderos de la zona, que se la han apropiado y deteriorado todo el entorno.

También llamada cueva del Rey o de los Siete Palacios, consta de tres alojamientos comunicados internamente por un estrecho pasadizo. Uno de ellos está formado por dos salas abiertas hacia el barranco. El conjunto pudo haber sido un auchón, un conjunto de vivienda, granero y corral. Según la tradición, en este hueco de basalto en medio de la ladera de Tamaide nacieron famosos personajes que gobernaron el menceyato de Taoro, como Bencomo, Tinguaro y Bentor, así como la princesa Dácil, cantada por Viana en su poema heroico. Al parecer, aquí pasaba el mencey el periodo de verano. En invierno bajaba con sus rebaños de cabras a la costa, a las cuevas de Martiánez, en busca de un clima más benigno.

Hace unos años me aventuré a acceder al interior de la famosa cueva de Bencomo, acompañado del profesor y etnógrafo Manuel J. Lorenzo Perera, para hacer un reportaje periodístico y constatar el estado de tan emblemático recinto. Recuerdo, con más tristeza aún que asco, el hedor reinante en la cavidad, cuyo piso estaba alfombrado en su totalidad con una mullida capa de excrementos caprinos de casi un palmo de alto. De morada del rey aborigen, a un repugnante aprisco clandestino. En estos años han sido innumerables las denuncias y reclamaciones de colectivos de todo tipo, pero de nada han servido para que la cueva de Bencomo reciba el tratamiento digno que se merece, como auténtico monumento de la cultura canaria que es. A nuestras autoridades se les llena la boca hablando de la canariedad, pero ante hechos flagrantes como este quedan en evidencia y ni caben las excusas.

Hay otra circunstancia que hace más sangrante el caso de la cueva de Bencomo. El mismo decreto del Gobierno de Canarias del 14 de marzo de 1986 declaró monumento histórico-artístico a la cueva de Belmaco, en La Palma, otro templo sagrado de nuestra cultura aborigen que, sin embargo, ha tenido más suerte. Desde 1999 Belmaco es un parque arqueológico y referente cultural de esa isla, cuyas autoridades han demostrado más sensibilidad, celo y eficacia en la protección de su legado arqueológico.

Algo ha fallado en esta materia en Tenerife. Aquí, al contrario que en otras islas del Archipiélago, no existe en la actualidad ni un solo yacimiento o recinto de la cultura guanche que pueda ser visitable y utilizado como instrumento de divulgación histórica o etnográfica, lo que sería además un recurso de excepcional interés cultural y hasta turístico para la Isla. El patrimonio aborigen no lo hemos sabido ni cuidar ni poner en valor. La cueva de Bencomo es un gran y triste ejemplo de ello.