Por eso vivà sin lÃmites. Sentà sin lÃmites. Arrasé sin lÃmites con los restos del naufragio. Yo empecé a viajar para encontrarte y cuando te encontré viajé para olvidarte. Al principio todos los jueves tenÃan tintes de domingo y solo rememoraba la isla de la que provenÃa. Recordé que en aquella tierra solo se ahogaban quienes no eran de allà porque al llegar ignoraban que el odio era un terremoto invernal. Nosotros siempre habÃamos sido muy cálidos y a pesar de algunos intentos mantuvimos las creencias tan firmes como las alas. Recapitulé todos los dÃas de una vida que caben en la memoria y entendà que en aquella isla se fraguaban los miedos en compañÃa; nadie sabÃa vivir sin un mar que nos rodeaba con la esperanza de convertirse algún dÃa en nuestra perdición. Ruina o salvación, el caso es que era él quien decidÃa cómo, cuándo y por qué marchaban sus gentes. Afortunadamente siempre acertaba y al final no quedaba más remedio que agradecer su furia. Eso solo pasaba con él. Me abandoné, de nuevo, al recuerdo de unos dÃas en los que agradecà al mar que me dejara estar, que me permitiera ser sin lÃmites. Porque volver a aquel universo producÃa la extraña sensación de no haberse ido nunca. Y entonces empecé a viajar; exploré para encontrarme y recordé que siempre habÃa pertenecido a algún lugar.