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La tregua más necesaria – Por Óscar Herrera

   

Ha tenido que ser pagando el precio de un buen profesional, pero con la salida de Álvaro Cervera del CD Tenerife la tranquilidad parece que ha vuelto al entorno blanquiazul. Y digo parece porque no me lo creo. Pero por lo menos las aguas se han calmado y ahora bajan más sosegadas por el cauce de la lógica. Sí, la lógica que no aplicamos cuando de fútbol se trata, y que a lo largo de la historia ha llevado a la humanidad a una cruenta guerra civil en la que nos hemos dedicado a despedazarnos simplemente porque se defendía una u otra idea.

Tuvo que haber cientos de miles de víctimas entre la guerra de secesión americana, o la civil española para con el paso del tiempo darnos cuenta de que morir por un ideal no merece la pena, y mucho menos matar por defender los tuyos sin dedicarse a dialogar con la facción que lo ve de otra manera. Por eso, espero que esta tregua que el tinerfeñismo se ha dado dure lo suficiente como para reflexionar.

Las buenas intenciones futbolísticas que propone el nuevo estratega blanquiazul también ha ayudado a sembrar una dosis de positivismo y buen rollito entre los que pedían algo más que el fútbol conservador y añejo de Ávaro Cervera. Todo suma para estar en una fase de pacificación momentánea. Aunque mucho me temo que con un proceso de cambio en el órgano de gobierno del club en el horizonte, nada va a cambiar. Simplemente unos y otros tienen la artillería dormida a la espera de sacar los cañones para derrocar al bando contrario.

Pero mientras llega ese momento, que llegará, primero hay un club que salvar de la quema de un descenso que es una amenaza real, creíble e inquietante, desde el punto de vista económico y deportivo. Ahora, el argumento en esta guerra fría entre los dos bandos es que la herencia del pasado trae este presente sombrío. Sea como sea, el CD Tenerife necesita sangre fría para abordar los últimos cuatro meses de competición, algo que da la impresión que algunos han captado después de acabar y empezar el año con mil cañones por banda y viento en popa a toda vela hacia una cruzada que casi acaba con más víctimas colaterales. Así de belicoso el panorama, las hostilidades se han tomado un descanso, y ahora no se escuchan tambores de guerra, pero sigue resonando el eco de aquellos que, con razón o sin ella, proponen un asalto final al torreón que, a duras penas, defiende Miguel Concepción y sus acólitos.

El tiempo apremia, y de alguna manera deberíamos gastar tantas energías guerrilleras en ayudar, cada uno desde su posición, a evitar una caída que puede ser letal nuevamente para la institución. Porque tal vez, cuando volvamos a por el arsenal para reiniciar los enfrentamientos, ya no haya club por el que pelear.