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Bajo el árbol – Por Tomás Cano

   

Tenía necesidad de hablar con mi maestro. Su respuesta escrita con la exquisita caligrafía fue breve y simple: “¡Venga cuando esté dispuesto a ello!”. Para expresar mi necesidad escribió el hermoso símbolo del “hombre bajo el árbol”, que significa descanso. Cuando por fin me recibió, escribió un nuevo signo para describir mi condición. Esta vez la ideografía del “corazón en la ventana”, que indica ansiedad. A continuación escribió el símbolo “la mujer bajo el techo”, para demostrar el estado al cual debía tender: paz y tranquilidad. Después expuso todo esto en una parábola: el corazón mira por la ventana y ve lo que no comprende y desea lo que no puede obtener. El corazón se inquieta y teme. El árbol mira pero no ve, está de pie pero no se mueve, crece pero no desea. El hombre descansa bajo el árbol y es apoyado por el tronco y protegido por las hojas y comparte la vida del árbol sin gastar la propia. La casa alberga a la mujer, la mujer encierra al hombre y la vida nace de la tranquilidad de ambos. Por lo tanto, usted amigo mío cerrará la ventana que da al exterior y comenzará a buscar en su interior, en su verdadero ser. Se sentará en mi jardín y se transformará en un árbol. ¿Y la tranquilidad? Llegará con la luz, que solo la encuentra quien no la busca. Le pregunté “¿Que es un río?”. Un río es agua que fluye desde las tierras altas a las bajas para unirse a otras aguas. El agua jamás es la misma, sin embargo, el río es siempre el mismo. Entonces, ¿cómo el agua puede ser el río? El río es el lugar por donde fluye el agua. Pero sin el agua ese lugar es un valle vacío. Entonces, el río es el lugar y el agua la corriente. ¡Escuche! Tiro a un río una rama, una piedra y a un hombre. ¿Qué sucede? La rama flota. La piedra se hunde. El hombre nada o se ahoga. ¿Y el río? Cambia, pero es siempre el mismo. ¿Aunque el hombre nade o se ahogue? Aunque el hombre nade o se ahogue. ¿Y al río le importa lo que hace el hombre? No, solo al hombre le importa.