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“Batallo con todo lo que se me ponga por delante”

   

Canarias Gráfica Cáncer (2 de 7)

SYLVIA MADERO/FOTO:PATRI CÁMPORA

De apariencia y voz frágil y risa cómplice y contagiosa, Ana María puede decir a sus 75 años que la vida no se lo ha puesto fácil. Sin embargo, en los temporales que ha capeado reside una fortaleza que es su seña de identidad. Madre, esposa, hermana e hija abnegada, se ha sacrificado por todos antes que por ella misma.

Hace ahora 22 años, Ana María tuvo que desplazarse a la península, al hospital Rey Juan Carlos en Madrid, porque a su marido le da un infarto y ha de ser atendido de urgencia. Le operan a corazón abierto y vive uno de los momentos más tensos de su vida. “Pensé que no lo contaba, estaba muy mal”. Cuando regresa al hotel tras un día agotador en el hospital, nota al desnudarse ante el espejo, que el pecho derecho se le hunde, pero no le dice nada a su marido ni a sus dos hijos, para no preocuparles, “ya bastante teníamos con el infarto de mi marido”, cuenta. Ya de vuelta, en Tenerife, “me tocó un médico que no me gustó nada” y con razón, ya que el diagnóstico fue de lo menos ortodoxo: “estaba acostada en la camilla y el médico me estaba explorando cuando un MIR le preguntó algo al oído, a lo que él le respondió sacudiendo mi pecho: ‘¿pero usted no ve que esto hay que cortarlo?’ me quedé fría ante tanta falta de humanidad”. Tras ese mal trago, la operan y le extirpan una mama que no ha querido reconstruirse nunca “¿para qué?, además de que no me dejaron piel para hacerlo no tengo ningún interés en pasar por quirófano de nuevo, con la edad que tengo no me hace falta tener el pecho otra vez”.

Su post operatorio tuvo que ser combinado con su papel de madre, trabajadora (era empleada en el negocio familiar que ahora regenta su hijo), las tareas del hogar y con el cuidado de su padre, dependiente por su avanzada edad y su hermano, 20 años menor que ella y con síndrome de Down. Por ellos decide no someterse a quimioterapia porque “¿qué hacían ellos sin que yo pudiera hacerles más que fuera la comida?”. Solo recibe radioterapia.

Si algo define a Ana María es su fortaleza y autodeterminación. Antes de su cáncer de mama, tuvo un melanoma en la cara, del que tuvo que ser operada en el 87, y otra vez en 2012, tras aparecer en el mismo lugar. “Tuvieron que limarme hasta el hueso, y eso que los médicos a los que iba no consideraron que tuviera nada malo, me decían que solo era un lunar. Después de muchos años, me encontré con uno que, nada más verme, me dijo: ‘eso hay que quitarlo, tienes un melanoma’”. A esto hay que sumarle que en 2011 sufrió un ictus cerebral mientras hablaba con una amiga. “Los médicos no me daban esperanzas, tenía muchas dificultades para hablar y me dijeron que se me iba a quedar esa secuela para siempre”. Pero estaba claro que no la conocían: “soy muy habladora, así que todos los días hablaba sola por la casa hasta que se me quitó la trabadera de la lengua”. Así es, si no lo dice, uno ni se imagina que ha pasado por ese trance del que podría haber quedado muy perjudicada.

Reconoce que es una persona muy luchadora, que no se achanta ante lo que se le viene cada día, sino que lo vive de la mejor manera que sabe y con orgullo y decisión: “batallo con todo lo que se me ponga por delante”. Porque ha luchado, y mucho. Su vida no ha sido precisamente idílica y han sido muchos los baches que ha tenido que superar. Como la muerte de su marido en un desgraciado accidente de tráfico, un año después de aquella operación tras su infarto. “He afrontado mucho, para mí, el cáncer ha sido fuerte, pero si lo comparo con todo lo que vivido, me hace infinitamente más daño todo lo demás”.

Pertenece a Ámate desde que comenzó su actividad, asociación a la que apoya asistiendo “cuando puedo, porque ya estoy muy limitada” a los eventos que organiza. Dice que “me ha dado vida” y vaya si es así. Empezó visitando a las enfermas en los hospitales y llegó incluso a desfilar en sujetador porque “si no lo hacíamos las viejas, las jóvenes no se animaban”. Ana María lo dice tajante. Ella es precisamente eso, rotundidad, y todo un ejemplo de que, si uno quiere, puede.